Hacia los confines del mundo
Hacia los confines del mundo, de Harry Thompson
Hemos pasado algunos días de descanso y con lluvia, perfectos en invierno para dedicarlos a la lectura. Aunque, en realidad me ha llevado dos meses terminar ‘Hacia los confines del mundo’ de Harry Thompson. Más de 800 páginas contando dos vidas formidables, las del capitán FitzRoy, el principal protagonista; y los avatares de Charles Darwin, el personaje que a mí me interesaba más. Como el año que acaba de terminar estaba dedicado a la figura del genial naturalista, me propuse leer algo de Darwin, hace años ya leí ‘El origen de las especies’, algunos pasajes de sus viajes, en una edición resumida y de bolsillo y una breve biografía.
‘Hacia los confines del mundo’, es una novela histórica, de descubrimientos y navegación en el siglo XIX, a vela, en el Beagle. Admirables las singladuras de FitzRoy, de 23 años y Darwin, con 21. Pasaron, con el resto de la tripulación, cinco años recorriendo el mundo, comprimidos en pequeños camarotes del mítico bergantín. Las tormentas, el frío, la difícil navegación por el laberinto de canales e islas de Tierra de Fuego, su contacto con los fueguinos, las observaciones meteorológicas, de las que el capitán del Beagle fue pionero, siempre meticuloso con sus aparatos, cronómetros y barómetros, todo se va contando en el libro, mientras cambian y se enfrentan las opiniones de estos dos grandes personajes.
Y sobre todo Darwin, un joven que se embarcó como ‘filósofo de la naturaleza’, para acompañar las soledades y las inquietudes científicas de FitzRoy. Un Darwin que iba para clérigo, pero que los fósiles, los estratos en las costas patagónicas, la botánica y la zoología empezaron a hablarle de un mundo cambiante y antiquísimo, que difícilmente cuadraba con una historia de la Tierra de cuatro o cinco mil años de antigüedad como proponía la Iglesia, con un mundo ordenado y programado desde la divinidad. “La humildad me lleva a la inevitable conclusión de que somos simples animales”, concluye Darwin. Hubiera deseado más episodios naturalistas, el autor prefiere profundizar en las experiencias vitales.
Días leyendo hasta tarde, escuchando la lluvia, y también algún paseo para ver el Bailón este dos de enero, en Zuheros o un paseo por la vía verde de La Subbética, donde el 26 de diciembre fotografié unos patos. Días de lluvia. Un buen libro.
Hemos pasado algunos días de descanso y con lluvia, perfectos en invierno para dedicarlos a la lectura. Aunque, en realidad me ha llevado dos meses terminar ‘Hacia los confines del mundo’ de Harry Thompson. Más de 800 páginas contando dos vidas formidables, las del capitán FitzRoy, el principal protagonista; y los avatares de Charles Darwin, el personaje que a mí me interesaba más. Como el año que acaba de terminar estaba dedicado a la figura del genial naturalista, me propuse leer algo de Darwin, hace años ya leí ‘El origen de las especies’, algunos pasajes de sus viajes, en una edición resumida y de bolsillo y una breve biografía.
‘Hacia los confines del mundo’, es una novela histórica, de descubrimientos y navegación en el siglo XIX, a vela, en el Beagle. Admirables las singladuras de FitzRoy, de 23 años y Darwin, con 21. Pasaron, con el resto de la tripulación, cinco años recorriendo el mundo, comprimidos en pequeños camarotes del mítico bergantín. Las tormentas, el frío, la difícil navegación por el laberinto de canales e islas de Tierra de Fuego, su contacto con los fueguinos, las observaciones meteorológicas, de las que el capitán del Beagle fue pionero, siempre meticuloso con sus aparatos, cronómetros y barómetros, todo se va contando en el libro, mientras cambian y se enfrentan las opiniones de estos dos grandes personajes.
Y sobre todo Darwin, un joven que se embarcó como ‘filósofo de la naturaleza’, para acompañar las soledades y las inquietudes científicas de FitzRoy. Un Darwin que iba para clérigo, pero que los fósiles, los estratos en las costas patagónicas, la botánica y la zoología empezaron a hablarle de un mundo cambiante y antiquísimo, que difícilmente cuadraba con una historia de la Tierra de cuatro o cinco mil años de antigüedad como proponía la Iglesia, con un mundo ordenado y programado desde la divinidad. “La humildad me lleva a la inevitable conclusión de que somos simples animales”, concluye Darwin. Hubiera deseado más episodios naturalistas, el autor prefiere profundizar en las experiencias vitales.
Días leyendo hasta tarde, escuchando la lluvia, y también algún paseo para ver el Bailón este dos de enero, en Zuheros o un paseo por la vía verde de La Subbética, donde el 26 de diciembre fotografié unos patos. Días de lluvia. Un buen libro.
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