'Las viejas sendas', de Robert Macfarlane


Las viejas sendas, en el mirador del Poblado del Algar, Subbética cordobesa.

Macfarlane me ha enseñado que solo hay que salir de casa y comenzar a caminar hacia afuera. Fuera de las ciudades y pueblos. Hay un mundo una vez pasadas esas excrecencias que son los arrabales, con sus naves industriales, los restos de escombros y basuras, los últimos semáforos y acerados descompuestos, las latas oxidadas y las bolsas que han volado hasta aquí. Dejar todo esto atrás, y comienza un territorio más o menos natural, más o menos rural. Entonces el sol parece otro, también la lluvia, y compruebas que no es la misma que la que cae en la ciudad.

 Un solsticio de invierno, a cinco grados bajo cero, sobre las ocho de la tarde dejó de nevar. “Una hora después, acompañado de una petaca de whisky para combatir el frío, salí a dar un paseo”. Lo hace, evidentemente, hasta la última farola de la ciudad, donde por un hueco en un majuelo se accede a una senda que se dirige a una pequeña loma “como la espalda de una ballena”. Este es el comienzo de 'Las viejas sendas', último libro de Robert Macfarlane en castellano, que he disfrutado leyendo arropado en la cama o abrigado en cualquier parte del campo.

Robert Macfarlane escribe habitualmente en The Guardian sobre literatura y cuestiones relacionadas con la naturaleza.

Una obra donde Macfarlane recorre senderos de su país, viejos recorridos de historia milenaria: neolítica, calzadas romanas o espacios descritos por escritores como los poetas Nan Shepherd y Edward Thomas, este último convertido en senda inspiradora que recorre el libro. El pie del espigado Macfarlane mide 29,7 centímetros, que además de medir “una potencial progresión, también es una magnitud de pensamiento”. Decía Rousseau que solo trabajaba su mente si lo hacían sus piernas, y reconocía: “Solo puedo meditar mientras paseo”. Cada senda proporciona un tipo de vivencias, como cada paisaje por el que se discurre. -Discurrir es la acción perfecta: Pasar por lugares. Pensar-.

Por tanto, 'Las viejas sendas', discurre por Gran Bretaña, incluidas también las sendas marinas, trayectos a pequeños y solitarios islotes de la costa escocesa. Robert Macfarlane incluye tres recorridos fuera de su país. Viaja de Madrid a Segovia atravesando el Guadarrama, guiado por el artista Miguel Ángel Blanco, quien se encarga de la introducción a la edición española. Marcha también por caminos de los territorios ocupados de Palestina y circunvala en el Himalaya el Minga Konka.

Como sus dos anteriores libros traducidos al castellano, este nuevo volumen es una delicia de descripciones, reflexiones, de encuentros y de usos de los caminos. Es un libro que hará seguidores nuevos y reforzará los que ya le leemos. Reseñable es la traducción y notas que aporta Juan de Dios León Gómez. Cara pero perfecta edición en Pre-Textos.

Vieja senda fronteriza en el Pirineo oscense, hacia el ibón de Pinarra.

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