Por La Munia o L’Almunia, a 3.134 metros en los Pirineos

Despliego el mapa de la zona de Monte Perdido[1], es una edición con la toponimia local, dirigida por Eduardo Viñuales. La fabla aragonesa, que como las flores alpinas, tiene sus características según el valle, da bellos nombres a los ríos, praderías y picos. Es el belsetán el que nombra estos lugares. Hay aldeas tan bellas como sus nombres: Espierba, Zapatierno o Chisagüés, en los valles de Pineta o Berde y el Real.
Cuando en las vacaciones de agosto salí del camping de Pineta para subir a La Munia (3.134 m) dejé dicho en recepción cuál iba a ser mi excursión, dije que subiría por Piedramula, a lo que el chaval me apostilló: “por Pietramula, como se nombra por aquí”. Así que mi relato se llena de estas palabras pirenaicas.
Fueron dos intentos los que necesité para disfrutar de L’Almunia. El primero, más pausado, con noche en sus lagos, ibons d’el Tromacal. Y el segundo, directo con la mente puesta en la ascensión, en una sola jornada totalmente despejada, el triunfo no era la cima en sí, sino las crestas, el paso del gato, mis miedos y vértigos.
El 3 de agosto comienzo la caminata tras dejar el coche pasados unos seis kilómetros de Chisagüés, tras remontar la pista del valle del río Real, hasta una llanada donde la pista se hace muy empinada y solo apta para todoterrenos, o viejos Peugeot 205, como el de algún ganadero con el que me crucé en la bajada. Estoy a 1.700 metros, aún me quedan otros 200 metros de desnivel y 2 kilómetros hasta Pietramula, donde la pista gira a la derecha en busca de los altos pastos de El Cableto y las antiguas minas del pico Liena (2.491m). “Comienzo la caminata a las 10:53, a 17ºC y a 1.700 metros, donde se abre el barranco del río Real”, son las notas en un pequeño cuadernillo. “Se escuchan los ladridos agudos de las marmotas y alguna esquila. Hay una pequeña borda y abajo en el río, en la otra orilla hay un gran redil. Fotografío las primeras flores: milenrama. Silencio”.  Aunque es una zona tranquila, por esta pista discurre el GR-11, para los que vienen o van a Pineta o a Ordizeto. Por la cuneta del camino va agua fresca, chorrea por el talud de un manantial cercano, hay matas vigorosas de amarillas Saxifraga aizoides, encuentro en el pedregal de los bordes del camino Dianthus hyssopifolius subsp. hyssopifolius, con sus pétalos rosados de largos flecos. En las rocas florece Potentilla alchemilloides, de numerosas flores blanco crema y hojas digitadas con hasta siete segmentos. “Las terneras se lamen y el badajo se arrastra por el cencerro, rascapón, rascapón, rascapón. Y las nubes rascan las cimas, voy a escucharlas”.
Desde Pietramula, en la curva de la pista, parte la senda que a los pocos minutos atraviesa el arroyo que baja del barranco del Clot d’es Gabachos, donde la ascensión va por la ladera herbosa del Pico d’el Chinipro (2.797 m.). En algún momento junto al arroyo del barranco Sobrestibo pierdo la senda que localizo evidente un poco más arriba. Los nubarrones refrescan la subida cargado con la mochila. Un pasto denso y pinchudo, de Festucas, domina ahora el camino, con sus flores típicas como la Merendera montana, de pétalos rosados a ras de suelo, las flores azules, en laxa espiga, de Campanula rotundifolia, las grandes matas de Cirsium eriophorum, a punto de mostrar sus púrpuras flores o los robustos Iris latifolia. De menuda talla aparecen las flores de Erigeron uniflorus, casi escondidas entre la hierba.
Primer tramo entre los 1.700 y 2.200 metros donde encuentro:

Viola saxatilis               Helianthemum nummularium subsp. pyrenaicum
Digitalis purpurea         Achillea millefolium
Briza media                  Aconitum anthora
Saxifraga aizoides        Potentilla alchemilloides
Hieracium pilosilla        Dianthus hyssopifolius subsp. hyssopifolius
Erigeron uniflorus         Campanula rotundifolia
Cirsium eriophorum      Iris latifolia
Sedum rupestre            Trifolium pratense


Un canchal que baja de Punta La Larri nos lleva por la collata Las Puertas a la cubeta que aloja el ibón inferior d’el Tromacal, son los lagos de L’Almunia, la senda que lo bordea nos lleva al ibón superior, en cuya cabecera hay sitio para plantar la tienda de campaña a 2.500 metros. A la orilla del lago hace una temperatura de 14º C, la del agua superficial está a 10º C. Como, estoy cansado, me duelen las caderas del balanceo y del peso de la mochila, estoy sentado y preferiría estar tumbado en este gran espacio, al sur la punta de La Larri (2.741 m), al este el retorcido morro del Rubiñera (3.005 m), imponente, encima. Al oeste poderosa destaca penna Blanca y tras de mí, aún lejos, L’Almunia (3.134m) con su kilométrica cresta. Es el mundo mineral y puro que venía buscando, el de las alturas conseguidas por piernas, a cada metro alejándome del ámbito humano y entrando en la poética de la montaña. “Encima del lago superior, de menor tamaño que el primero de los lagos, hay un nevero, donde un arroyo que baja por unos escarpes cava una pequeña cueva; y encima encuentro bellas rocas limadas por el paso de los hielos en antiguas épocas glaciares”. Merodeo, buscando las magníficas flores alpinas, aquí y allá en las grietas de la dominante roca y me entretengo un rato observando un grupo de sarrios. “Me acuerdo de Colin Thubron, cuando en su último libro comenta que con cansancio es difícil tomar notas”: ‘El viaje no estimula la reflexión, como había esperado. El avance es demasiado duro; la cuesta demasiado empinada’.[2] Y es verdad. “A estas alturas la digestión del pan y queso se me ha hecho muy pesada y la cadera me duele, y por ahí se van todos mis pensamientos”. Pero el organismo está en la montaña, absorbe este viento y estas rocas, no hay otra distracción artificial, todo se presenta puro y primigenio, luego vendrá la evocación. Me echo en una piedra plana, pulida por el hielo. “De la ensoñación me ha despertado un ¡eoh!, no veo a nadie, pero descubro una docena de sarrios pastando. ¿Me habrán llamado ellos? Me han descubierto y se han alejado con ese silbido de alerta, como con desprecio, como si te escupieran. Qué maravilla los escucho, incluso sus pisadas y las piedras que remueven. Un hombre solo, tomado de uno en uno, es un ser silencioso. Muy por encima veo… creo que un quebrantahuesos”.
He descansado, se presenta una tarde en torno a los lagos, no hay nadie. Puedo elegir donde plantar la pequeña tienda de campaña. Prefiero un parapeto de piedras, que marca donde otros montañeros han vivaqueado. Está a pocos metros de la orilla, entre Carduus carlinoides, que a estas horas de la tarde son visitados por los abejorros, que con las esfinges colibríes suben hasta aquí para libar. De un verde oscuro, junto al agua crecen algunas matas de Carex frigida y salpicando este terreno de alubión también encuentro la Saxifraga praetermissa en su mejor momento de floración. Los dos lagos de L’ Almunia, que bien podrían ser del Rubiñera, que se alza a pico desde sus orillas, están separados por un espolón que desciende de este tresmil. En las grietas hay gramíneas especialistas como Poa cenisia o el helecho Dryopteris  oreades. Geranium cinereum, con sus grandes flores rosas, alfombra la base de este espolón.
Es un lujo escondido y trabajoso. Sin pretenderlo he montado la tienda en primera línea de costa, en la orilla calmada del lago superior de L’Almunia, donde sale el sol y te quitas el gorro, se esconde te lo pones; y entonces llega la nube más oscura y en el apagado panorama atruena un helicóptero naranja. Atraviesa toda la ladera del pico La Larri, desde el collado de Las Puertas hacia el barranco de La Larri. Espero que no sea nada, siempre alarman estos artefactos. Sale el sol, y me llama la atención la blancura de penna Blanca, y recuerdo la primera vez que subí a este lugar, hace seis años y la vi, de una sola pieza, inclinada y limpia. Entre montañas oscuras resalta esta mole de tocino, una Moby Dick del Pirineo.
Subo por un gran nevero que desemboca en la extensa playa aluvial del lago superior. Un arroyo de fusión, viene de otro gran manchón de nieve de más arriba. Sus aguas heladas han cavado una cueva que exploro, el arroyo atraviesa la nieve vieja y se filtra por las piedras, imagino que irá a parar al lago. He metido el termómetro en el agua y marca 2ºC. En los alrededores hay minúsculos praditos con flores de Armeria bubani, bamboleándose con el viento y Alchemilla alpigena. En las grietas las hojas viejas de la Phyreuma hemisphaericum se mantienen abajo, en la planta, creando mantillo y actuando como esponjas cuando llueve. Exploro las rugosidades, el aspecto de las rocas, encuentro unas extrañas formaciones, como espinazos. Desde aquí, a unos   2.650 m. observo un nuevo grupo de sarrios, o los mismos de antes, que han visto mis intenciones de simple observador. Son las 20,30 horas, la felicidad de la tarde, a 10ºC, el sol se oculta tras penna Blanca, sus rayos iluminan las partes altas de L’ Almunia y también el flanco oeste, retorcido y característico del Rubiñera por donde pasan girones de nubes, que se desplazan mimosas por estas cumbres. El viento riza el agua del ibón y me meto en la tienda a leer un poco y descansar.


En esta zona encuentro:
Trifolium alpinum                     Trifolium pratense
Saxifraga praetermisa               Saxifraga moschata
Saxifraga bryoides                 Alchemilla alpigena
Arenaria purpurascens Armeria bubani
Asplenium septentrinale            Chrysanthenum alpinum
Cryptogramma crispa              Galium pyrenaicum
Linaria alpina                           Myosotis alpestris
Nardus stricta                          Campanula scheuchzeri
Phyreuma hemisphaericum       Poa cenisia
Senecio pyrenaicus                  Carduus carlinoides
Geranium cinereum                Dryopteris  oreades



A las ocho de la mañana ya estoy en marcha. La roca viva predomina en esta subida hasta el collado de l’Almunia a 2.853 m. Acudo a la irresistible llamada de algunas florecillas, en una grieta una mata de Silene acaulis, está totoalmente florida, es el secreto de este gran peñasco, una gran superficie pétrea y en su centro un mínimo jardín. El día es gris, pero me he despertado montañero, debo subir a la cumbre. Poco después de las nueve ya estoy en el collado, en la parte española las nubes azotan estos paredones, pero apenas si traspasan esta divisoria, y el circo de Troumouse está iluminado por el sol y muy al fondo, en el valle, las nieblas vuelven a tapar la tierra, donde se encuentra Héas, ayudado por unos pequeños prismáticos veo su capilla, la chapelle de Héas. Me encuentro un par de montañeros valencianos, han pasado la noche en el ibón inferior, subieron por La Larri, los sigo un trecho, lo intento por la parte menos expuesta, pero me impone el panorama, las nieblas añaden vértigo. Cuando los veo encordarse para afrontar el paso del gato, decido dejarlo, debo estar a unos 2.900 metros. Al poco pasa un grupo de catalanes, entre ellos un viejo montañero, que me invitan a acompañarles, pero ya he concluido que hoy no, me quedo con las saxifragas, apretadas en las grietas, resistiendo los vientos, Saxifraga bryoides y Saxifraga pubescens subsp. iratiana. Sobre la flor rosada de una armeria descubro una oruga que tranquilamente se entretiene en crecer a casi 3.000 metros, busco en un libro y creo que es de mariposa ortiguera. A estas alturas y en estas soledades tempestuosas casi me considero un eremita y me doy cuenta que es algo que ya descubrieron las vulnerables orugas de mariposa.
Los excursionistas decididos, más decididos que yo, que me encuentro en mi primer intento me animan para un segundo. Que acometo a los pocos días, me convence de que allí arriba está el paso del gato, grado II, liso pero no en el abismo que me atemorizó la primera vez, el resto de la cresta no la conozco, pero las guías montañeras[3] marcan el paso del gato como el más comprometido, luego la cresta cuando se afila presenta grado I.  Así que el 9 de agosto, cinco días después; y con un día totalmente despejado vuelvo a dejar el coche en el mismo lugar y dedico toda una jornada en la subida de L’ Almunia. Esta vez llego a su cima. La pared del gato la abordo sin problemas, y el resto de la cresta solo se hace larga y tediosa, un kilómetro o más de subes y baja en la roca pura. Padre e hija, de Valencia, almuerzan junto al montón de piedras y una estaca que marca la cumbre, 3.134 m. Antes de marcharme un par de mariposas ortiguera (Aglais urticae) se revolotean y se posan a mis pies.
La bajada del día 4 de agosto se produce entre llovizna, ese día no he conseguido llegar a la cumbre. Justo debajo del collado, pasa un arroyuelo de fusión donde bebo agua, fotografío los lagos y dejo que el panorama me envuelva. Recompenso el miedo con los pequeños detalles, algunos tan formidables como las flores amarillas y grandes de Doronicum grandiflorum, en unos crestones apagados por la humedad y las nubes, destaca como un pequeño sol de lujuria en la austeridad reinante. Magnífico ejemplar que llama la atención en todo su derredor. Encuentro también Rhododendron ferrugineum, debe ser el límite altitudinal de este arbusto, que está en flor, una rama retorcida y resistente a 2.700 metros.

Entre las cercanías del collado y la zona de cumbres:
Doronicum grandiflorum                    Rhododendron ferrugineum
Saxifraga bryoides†                             Saxifraga pubescens subsp. iratiana.
Silene acaulis                                       Linaria alpina
Epilobium anagallidifolium                    Sempervivum montanum subsp. montanum
Oxyria digina                                     Myosotis alpestris


Al fondo los lagos reflejan la luz que entra por el collado Las Puertas, sobre mí, los nubarrones mantienen su amenaza en una ligera llovizna, que ya no me abandona hasta llegar a la tienda de campaña, como dentro y descanso un rato. Desmonto. Feliz y con fresco acometo la bajada, aparece de nuevo el valle Real y Pietramula y la pista que va a Chisagüés. Un trueno sordo, al fondo, se encarga de dejar grabados estos días en la montaña.





[1] Mapa excursionista 1/40.000 Parque Nacional de Ordesa y Monte Perdido y Valle de Añisclo. Eduardo Visuales Ed. Prames.
[2] Colin Thubron ‘Hacia una montaña en el Tíbet’. Ed. RBA 2012
[3] Guía Montañera 100 cumbres del Pirineo Aragonés, David Atela. Edizioak SUA 2002

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