
Un paso como medida del ser humano, miles de pasos
en la montaña. A 1.679
metros de altitud, en las proximidades de la Hoya de Robles, comienzo el
paseo por Sierra Nevada, la pista se pone mala, hay placas de hielo. Esta
ladera de la loma de la Cuna
de los Cuartos, conserva un bosquete de melojos, con la mitad de las hojas
secas aun en las ramas y la otra mitad en suelo, crujientes al pisarlas.
Descubro en el camino, cerca de una vaqueriza, un par de cogujadas, no sé si
comunes o montesinas. Hasta la cadena, punto de partida de excursiones como la
de los Lavaderos de la Reina,
he dado 7.604 pasos, lo que significa 5,24 kilómetros.
Ahora lo que cruje es la nieve, con un sonido sordo, casi cálido y hogareño,
como corteza de pan recién salida del horno. Cuatro dedos de nieve en la ladera
norte, por donde se dirige la pista. Un grupo de mirlos capiblancos me observan
a distancia, me siguen exhibiéndose en algunas rocas, son pájaros de zonas
frías, de montañas de más al norte donde crían, aquí están de invernada, en un
terreno de enebros y sabinas rastreras, que le es familiar.

Sigo por la
loma de Papeles, sobre un piorno encuentro un excremento, creo que de zorro, lo
componen huesos de frutos de agracejos. En la cima, de 2.424 metros, un
águila real levanta el vuelo, desciende solo un momento, para inmediatamente
elevarse en círculos sobre sus fantásticos dominios. 15.543 pasos y 10,72 kilómetros,
hasta este lugar bello por solitario y silencioso, el hito de la cumbre queda
cerca, al oeste. Y frente a mí, las perspectivas de los tresmiles nevadenses,
desde Los Cervatillos, Puntal de los Cuartos, Cuervo, Cerro del Mojón Alto, al
fondo la Alcazaba,
Mulhacén y el Veleta. Pero me quedo con toda la cañada que lleva al collado de
las Buitreras, a 2.992
metros todo blanco y cercano, extremadamente iluminado
en este momento.
A la vuelta,
después del queso, jamón, pan y naranja, tras admirar los perfiles de esta
parte de la sierra; llegando a la altura de la lejana loma del Guarnón, saco de
la mochila el libro ‘Los glaciares cuaternarios de Sierra Nevada’, de Hugo
Obermaier. Es una reedición, ampliada, de 1997. El original fue publicado en
1916, contando con la colaboración de Juan Carandell. Ambos científicos se
adentraron en estas montañas en agosto de 1915, para estudiar las huellas que
dejaron los glaciares. Para realizar el más famoso dibujo del libro, subieron
hasta esta loma de papeles, hasta donde me encuentro, seguramente un poco más
abajo, porque la loma del Guarnón despunta en el perfil del horizonte.
Obermaier nos presenta una cara norte espectacular, que ya no existe, con
lenguas glaciares descendiendo por las cuencas de los arroyos de Vacares,
Valdecasillas, Valdeinfierno y Guarnón. De eso hace 10.000 años o más, sigo el
camino, inquietado por los ladridos de unos perros cercanos. Antes de llegar al
coche, cojo unas hojas secas de melojos.

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