Al florido Salto del Caballo, 1.650 m.

Una familia de ardillas rojas corretea entre los pinos y no se asusta del coche, con el que llegamos al área recreativa de Robledal Alto, punto de partida de la subida a La Maroma (2.065 m.). Se muestran confiadas, seguras de su agilidad, de sus garras, de su avispada mirada, de su mundo vertical. Es la cara noreste y se entra por la Venta La Alcaicería.
No está nuestra meta en la misma cima de La Maroma. Marimar, mi pequeña Alicía y yo nos conformamos con subir hasta el Salto del Caballo. Contemplar allí los tejos (Taxus baccata) y buscar las tirañuelas (Pinguicula dertosensis), esperando que este sábado 17 de mayo estén en flor, como lo estaban hace diecisiete años, cuando nos las encontramos por vez primera.
 El inicio de la senda discurre por un hermoso bosque, aquí abajo destacan grandes pinos resineros (Pinus pinaster) que dejan caer enormes piñas de más de 20 centímetros. Son pinos de repoblación y aparecen en largas hileras aterrazadas, como centinelas de La Maroma. Aquí, algún que otro melojo (Quercus pyrenaica) también merece la pena ser observado, en el sotobosque resaltan las grandes flores de le peonía (Paeonia broteri) y entre las aulagas, parasitándolas, florecen en estas fechas los misteriosos jopos (Orobanche gracilis subsp. deludens).
Un poco más arriba hay manchas de encinas (Quercus rotundifolia) y quijigos (Quercus faginea), entre los que se disparan los finos y largos tallos de los lirios silvestres (Xiphion vulgare), especie aun denominada en la mayoría de los libros como Iris Xiphium. La subida prosigue ahora entre un bosque de pino silvestre (Pinus silvestres) y abundante agracejo en flor (Berberis hispanica), con ese olor acre que debe guiar a los insectos en la noche cerrada. Una vez remontamos la ladera del barranco de los Presillejos, llegamos a la cresta divisoria con La Solana del Espartal, 1.375 m. donde hay un mirador, al poco comenzamos a ganar altura por un terreno pedregoso. Ya no estamos tan lejos de los tajos del Salto del Caballo, donde hoy termina nuestro recorrido. Alicia, la más pequeña de la expedición familiar sube sin problemas, ella misma se reconoce como una niña salvaje, vigorizada por el viento con aroma a resina.


A partir de aquí, las flores de la montaña mediterránea comienzan a protagonizar la subida. Pegadas a las calizas, con sus apelmazadas hojas revolutas y lanosas, a modo de mullido abrigo, fotografío unos alfilerillos (Erodium cheilanthifolium) de pétalos de pálido lila, los dos superiores maculados con un arabesco púrpura. Una planta montañera, que en la vecina Sierra Nevada llega a los 3.000 metros de altitud. Aquí la encontramos a 1.500 m. próxima a otra almohadilla vegetal, en este territorio rocoso y áspero, la quebrantapiedras (Saxifraga erioblasta), un caméfito pulvinular dicen los botánicos, con sus pequeñas flores de cinco pétalos blancos. Discreta planta que identifico gracias a las fotografías de los libros de botánica, porque de seguir las Claves de la Flora Vascular de Andalucía Oriental, debería arrancar toda la planta para comprobar que no tiene bulbillos subterráneos, algo inadmisible en una especie rara y escasa, en un ser vivo. Entre estas especies, encuentro elevándose con sus tallos floridos numerosos Anthericum baeticum.
El sendero prosigue ahora por un rellano que permite que prosperen elegantes pinos laricios (Pinus nigra) y matorral de salvia fina (Salvia lavandulifolia subsp. vellerea) cuyos ejemplares situados un poco más abajo ya están en flor. Con sus ramas floridas, salidas desde una densa mata de hojas linear lanceoladas de un blanco aterciopelado. Y guillomos, también hay guillomos (Amelanchier ovalis), dispersos aquí y allá y de buen porte, más de tres metros, totalmente floridos.

 Buscamos el sol y sombra del bosquecillo que prospera al pie de los tajos del Salto del Caballo, a 1.650 m. Siguiendo la senda por el Puerto Lobera, accedemos al inmenso lapiaz que nos llevará a la cumbre. Pero hoy nos quedaremos junto a estos paredones rocosos, comiendo bocadillos de queso o de atún y buscando flores. Alicia radiante, mi florecilla montañera, con cinco años y medio, asombra a otros caminantes que nos cruzamos en estas alturas. El postre será un puñado de rarezas botánicas, este es su reino. Los tejos, relictos (Taxus baccata) que viven en esta umbría, con su intenso verde. Y más plantas de las rocas, como la Linaria amoi, de discretos tallos reptantes que terminan en un ramillete de flores rojo púrpura y garganta amarilla, es un endemismo de este macizo montañoso. No lejos brota la Armeria filicaulis subsp. filicaulis, cuyas espiquillas floridas dan reflejos rosados y brácteas manchadas de rojo óxido.

Ya nos vamos, cuando por fin localizamos una colonia de tirañuelas (Pinguicula dertosensis) en un paño de pared rezumante. Cerca de un centenar de ejemplares calculo, algunos de ellos floridos, con sus florecillas, como un dragoncillo blanquiazul y largo espolón. Y sus extrañas hojas viscosas de un verde claro, que debe funcionar para atraer y atrapar a pequeños insectos que les servirán de complemento alimenticio.
Con la alegría del encuentro con las flores serranas, del asombro de este diminuto mundo en un enorme mundo rocoso, ponemos camino a casa, a sabiendas que la caminata proporcionará felicidad para unos días más. Y si algo es sagrado, todo esto debe ser sagrado.

Otras especies entro los 1.500 y 1.650 metros de altitud:

-Acer opalus subsp. granatense          -Centaurea triumfetti subsp. lingulata
-Cystopteris fragilis subsp fragilis        -Daphne laureola
-Erinacea anthyllis                             -Iberis carnosa subsp. granatensis
-Juniperus communis                         -Jurinea humilis
-Linaria tristis subsp. tristis                 -Polygonatum odoratum
-Pteridium aquilinum                          - Sorbus aria
-Vella spinosa                                   -Viola riviniana




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