Qué me dicen las rocas

Piedras y marmolillos jalonan el paseo por el camino del Navazuelo. Señales.
Lo primero que me encuentro, nada más comenzar a caminar, es el mojón del primer kilómetro. ¿Lo pusieron antes que el almendro dulce que hay al lado?
¿Cómo surgió ahí ese olivo, por capricho natural? No, lo plantó el olivarero hace ya unas décadas. Junto al camino, pero el camino lo ampliaron y quedó en el mismo borde. En un equilibrio precario. Pero el olivarero quiso aprovecharlo, protegiéndolo con un murete de piedras. Años después paso, y veo en él un jardín zen. Los olivos son veceros: reciben una buena paliza cada dos años, para tirarles sus pequeñas aceitunas. Maltratados así, crecen retorcidos. Si les leyéramos historias, darían fruto abundante todos los años. Agri-Cultura.
Encuentro un pequeño hito, que marca un pasacunetas. Está marcado por el zorro. Ahí ha colocado su excremento, cargado de información. Más arriba es el hombre el que deja sus marcas informativas, ha pintado sobre las rocas las señales de coto de caza y de sendero de pequeño recorrido. Encuentro una roca singular. Parece que ha llamado la atención, porque no la han quitado, incluso con un olivo adaptándose a ella. Parece que la han querido afilar un poco, golpeándola en sus lados. Incluso la han fijado con otra roca menor, para que no ruede ladera abajo. La rodeo, pienso que ha estado siempre ahí, antes que todo el olivar, pero puede que no antes que el camino.
Ahora llego a un marmolillo desgastado del camino. Ya he estado aquí otras veces. Me siento, y observo el oleaje de montañas. Onduladas aquí cerca, encrespadas en el Bermejo y la Tiñosa, y la larga línea de la sierra Alcalde. Sobre ella, entronizado, lejano, veo el Mulhacén.

Simbología lítica un día cualquiera. Bueno, un día cualquiera, no. Uno debe, de vez en cuando, como un lujo, reservarse una mañana para ver piedras. Es necesario, para ser digno de uno mismo.

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