De la imagen de las cosas
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Las fotos son de Miguel Padilla, hechas mientras atravesábamos estos hermosos paisajes de abetos y pinos negros. |
8:49 Llovizna.
Miguel acaba de volver del baño. Nos refugiamos en el avance de la tienda,
donde había preparado el desayuno mientras oíamos las gotas caer. En algo más
de una hora, bajábamos Miguel y yo por la carretera del túnel de Bielsa-Aragnouet,
en la parte francesa, ante nieblas deshilachadas entre las ramas de los abetos
y los pinos negros, les sapins et pins à crochets. Entre el verdor oscuro y
húmedo del ambiente. En el fondo del valle, aparece la ermita templaria, está abierta.
Dejamos el coche cerca y caminamos, en la mañana fresca de agosto, hasta este
emblemático monumento. Modestas piedras ordenadas por la religión, en esta
región de las nestes, de los arroyos de montaña.
Pequeño templo,
entre un prado y un bosquete, armonizando con las faldas de la montaña. No soy
una persona religiosa, pero sí poética; y la espiritualidad en los Pirineos
aparece a cada momento, y ya he comentado que las nieblas y la llovizna nos
envolvían. Los olores de la hierba y las piedras mojadas se habían desatado.
Así que me encaminé con Miguel a visitar esta capilla románica, entramos con
respeto, para estar un ratito con los parroquianos que casi llenaban la
bancada, el sacerdote esperaba a las once para comenzar con el oficio religioso
del Día de la Asunción ,
de hecho esta es la capilla de Notre-Dame de l’Assomption, del siglo XII. Nos
facilitaron una hoja con los himnos y la misa comenzó persignándonos todos. Cuando
vi cómo Miguel hacía la señal de la cruz, supe que era el momento de marcharnos,
pero la puerta estaba cerrada y todos entonaban ya los primeros cantos, así que
esperé una discreta oportunidad, que llegó a los cinco minutos, cuando un
hombre de rasgos chinos entró con un bebé, momento en el que salimos. Fuera
visitamos las tumbas del entorno de la capilla, y hasta nosotros llegaba el
murmullo del oficio.
Seguimos
nuestro camino valle abajo, al mercadillo de los sábados de Saint Lary y
mientras mi hijo seguía haciendo fotos del paisaje, se me vino a la mente un
cuento de Marguerite Youcenas, sobre el pintor chino Wang-Fô, quien amaba la
imagen de las cosas y no las cosas mismas. Y es que ese día, la llovizna y la
niebla hicieron bello el desayuno, el bosque y hasta la capilla de los
templarios nos ofreció algo más.
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