Paisaje alechigado
Navazuelo con algunas cornicabras otoñales. |
Tiene el mediterráneo, que cuando
se suceden varios días grises, nieblas y frío, y llega un día tibio y soleado
se agradece y procura una felicidad que se repite cada invierno. Es una
felicidad invernal. Pero estos días es justo lo contrario. Muchos días de sol,
rasos y templados. Entonces, uno desea un día de mal tiempo. Y uno se preocupa
porque la sequía lo para todo y lo apaga y uniformiza y termina por afear el
paisaje, de olivos alechigados.
Hojas de albaricoquero. |
Nada se mueve,
ni siquiera se caen las hojas, que disfrutan en sus ramas de la templanza de
este otoño extremadamente seco. Las hojas aun están puestas, en un buen número
todavía, en los árboles. No hay pájaros esta mañana, y sí muchos disparos de
cazadores. Estruendos de dos en dos, que llegan apagados, como tablones mojados
que se dejan caer a cierta distancia.
El mundo no
existe, pero sí todo lo demás. Observamos hechos y entes sueltos, ahí fuera y
otros que habitan por dentro como “duendes o brujas”. Es una excitante
propuesta defendida por el filósofo Markus Gabriel. Y busco entonces, dentro,
porque fuera el paisaje es hoy un despoblado lleno de ruido. Y entonces me
encuentro con las hojas amarillas y rojas, del granado y el albaricoquero. La
filosofía es una rama estimulante del paisaje.
Por el olivar
en pendiente rueda una piedra. Y, conforme baja deprisa, chocando con otras,
van saliendo de las ramas pajarillos. Hace un momento estaba en el camino,
justo en la punta de mi bota. Ahora ha llegado al arroyo seco y de las zarzas
ha volado un tordo.
Un chopo destaca con su amarillo en el Navazuelo |
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