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Alicia al atardecer en el valle de los fósiles. |
El centro de la Horconera es un inmenso
silencio rocoso. Malogrado de vez en cuando por el zumbido de un avión, oculto
por las nubes. Cuando vuelve el
silencio, ese lujo convierte este embudo de paredes calizas, en un atento
pabellón, por el sopla algo de viento en los pocos árboles pelados. Currucas
escondidas carraspean o un mirlo gorjea muy de vez en cuando. Es la acústica de
la montaña. Es la manera como se manifiesta el silencio impagable. Que pone a
uno en tranquila alerta. Ni por el más dichoso de los pasajeros, de otro
maldito avión, me cambiaba.
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Sierra Horconera. |
¿Pero, es que
todo lo que me rodea es callada inteligencia? Inteligencia viviente de cuervos
y aulagas en flor, e inteligencia transformadora de rocas y viento. Buscar la
senda, sentir algo de sed, notar el esfuerzo al subir la ladera. Llenar los
pulmones con aromas a romeros y mejorana. Existir solo físicamente, solo
pensando en colocar los pies en el camino. Pero claro, estamos llenos de
complejidades, y lo que busco es no reflexionar, sino actuar simplemente,
planear como estos buitres. Escuchar, sentir para saber. Como Alicia ayer,
captando un apacible atardecer, en un lugar perdido cerca de casa.
Justo hoy sábado,
el escritor Rafael Argullol califica a esos viajeros aéreos, de consumidores “de
grandes cantidades de kilómetros”, que “atesoran una escasa experiencia de sus
viajes”. Es una lástima que el viaje sea un producto más de consumo, ¡con lo
que contamina! Me maravilla el tronco de una vieja encina, con el musgo
reverdecido. La encina y yo, solos y tranquilos.
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Encina en el cortijo de Vichira. |
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