Ya vine en septiembre
Sin
precipitarnos, tomándonos este domingo como un tiempo exclusivamente nuestro.
Hemos seguido a la naturaleza y su costra humana, en este primer día apetecible
de otoño. Paradójicamente, el camino a un basurero, muy transitado por enormes
camiones cargados… de basura, nos deja muy cerca del castillo de Zambra. Un
enclave mágico, quizás el mejor para contemplar las sierras de Rute, la Horconera y la Gallinera, y toda una
serie de grandes cerros con olivos que trepan hasta casi sus cimas, en algunos
aun perduran manchones de encinar.
Un paraje de
grandes vistas, de dominio de un extenso territorio, que según los estudiosos,
ya frecuentaban en la Edad
de Bronce, hace 2.600 años. Luego llegarían los romanos y los musulmanes
después. Sobre una cresta rocosa y en la parte más alta, aun luchan contra el
paso del tiempo algunos paños de muralla, algunos habitáculos y el resto
maltrecho, como un gran dedo índice, que señala el último resto de la torre del
homenaje.
Ahora las
invasiones son las de los olivos y algunos arbustos que ocultan parte de estas
ruinas. Y de vez en cuando, alguien, como nosotros, que acude a maravillarse
del paisaje, hoy cuajado de nubes y chubascos y de las ruinas, que son las que
mejor hablan del tiempo, de un tiempo.
Ya vine en septiembre:
Es llegar al promontorio, hundiéndome en la tierra,
Perdido entre espaciados olivos,
Buscando viejas referencias de poderosas encinas
Asombradas por la llegada de alguien ajeno.
Caminando sobre la relumbrante tierra mil veces arada.
Aparece el torreón del castillo de Zambra.
Vieja mole de piedra que admirables manos te levantaran.
Bello en su ruina,
En su altivez demacrada,
En su callada historia milenaria.
Y a la sombra del olivo
Plantado en sus mismos mampuestos
Imagino sus raíces tocando
Los restos de sus pobladores.
Y es la muralla inmensa y plomiza
De las sierras de Rute y Horconera,
La que me embrujan y despiden.
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