Antiguas piedras de Achar y Corona de los muertos
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Dolmen de Achar, en Aguas Tuertas, Pirineos occidentales. |
Debo reconocer mi atracción por los
restos prehistóricos. Ese romanticismo que rodea, por ejemplo, a los conjuntos
de megalitos repartidos por el Pirineo. “Enigma, ciencia, pervivencia del
pasado, mitos y leyendas se reúnen en torno al fenómeno del megalitismo”[1]. En
el caso de estas montañas, estas construcciones milenarias, realizadas con
piedras de distintas formas, para levantar dólmenes, crómlech, menhires o
túmulos, están situadas ante poderosos paisajes, lo que agranda su magnetismo y
poder evocador. Su visita requiere, en la gran mayoría de los casos, de la
humildad de un paseo, a veces de una decidida excursión algo más larga; pero
siempre de una aproximación a pie, la manera más adecuada para que nuestra
mente capte el espíritu del paraje. “Una aproximación sensible y, hasta cierto
punto, emocional que puede conducirnos desde el rito funerario hasta las
estrellas, hasta las fronteras de una realidad sutil”1.
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Castiello d`Acher: ¿no es un inmenso dolmen al que copiar? |
Edificados en el segundo y tercer
milenio antes de nuestra era, a finales del Neolítico, como lugares de
incineración, enterramiento, como límites geográficos o señales de los caminos.
Puede que no esté claro su significado, pero sí dejan constancia de una cultura
y unas tradiciones, las de aquellos pobladores. No son grandes estructuras, no
intervinieron en ellas muchas personas: quizás un grupo de cazadores, unos
pocos pastores se decidieron a erigirlas en el contexto de una cultura que
abarcó un vasto territorio desde la península Ibérica al Egeo. “Nuestras
montañas jamás han constituido un obstáculo infranqueable a los aportes de las
civilizaciones y a las transferencias humanas. Más bien han ofrecido al hombre
un cuadro de vida hospitalario”[2].
Hace ya casi un año hicimos un
par de excursiones por el Pirineo occidental. Por el hermosísimo valle de
Guarrinza, dominado por una montaña tan singular como el Castiello d´Acher, subiendo
por una pista desde Hecho. Valle que conserva varios de estos monumentos
prehistóricos. Se localizan entre frondosos bosques como la selva de Oza, y su Corona
de los muertos, o más arriba, en Aguas Tuertas, ante los meandros de la
cabecera del río Aragón Subordán, donde encontramos el dolmen de Achar.
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Corona de los muertos, en la selva de Oza. |
Hay otros dólmenes y túmulos en
esta zona. Hace 5.000 años, gentes sensibles supieron ver la grandeza de estos
paisajes. Me gustaría saber si con la misma sensibilidad que ahora, o quizás
más, porque ellos vivían con la montaña. Marcaron el territorio, transitando
unos senderos que hoy en buena parte seguimos recorriendo. Dólmenes, túmulos…
las mismas rocas de los alrededores se transformaron en símbolos al ordenarlas
los seres humanos. Levantadas en unas rústicas pero perdurables construcciones que
indicaban cuantos humanos transitaban por esas montañas. Visito esos círculos
de piedras, la Corona
de los muertos, hay decenas repartidas por una ladera de la selva de Oza, y más
que enterramientos parecen corresponder a la ubicación de campamentos
prehistóricos, fue el 11 de agosto del año pasado. El día de antes visitamos el
dolmen de Aguas Tuertas, estratégicamente situado al inicio de esa gran
extensión de pastos de montañas, por donde pastaron grandes manadas de caballos
y otras piezas de caza.
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Corona de los mueros, en la selva de Oza. |
Seguro que fueron gentes
maravilladas por estas montañas. Creo estar seguro de ello. Y buscaron un
significado, ante un paisaje tan estremecedor. ¿Cuál? Posiblemente, esa es mi
creencia, la belleza, la eterna belleza. Esa de la que nos hablan los grandes
paisajes, las montañas inamovibles. Es el mismo paisaje que vemos cinco
milenios después. Desaparecieron aquellas tribus, desapareceremos nosotros. No
lo harán estas montañas. Sus enigmáticos dólmenes y círculos de piedras
establecieron un diálogo con la naturaleza. Un significado que siempre
querremos desvelar, cuando debemos conformarnos con la obra humana, la huella humana,
la imaginación humana, la existencia humana.
Mis hijos y mis sobrinas pasaron
la tarde observando y cazando renacuajos en los pequeños remansos del río, a
poca distancia de estas piedras primitivas. Pasaron las horas de la tarde
agachados en la orilla. También, con la misma actitud observadora, aquellos
niños de hace 5.000 años, cazaron ranas. Disfrutaron aprendiendo de los seres
cercanos. Nos une la misma y simple existencia. Nos unen las mismas montañas,
que ellos con sus construcciones embellecieron aun más. Viajaron buscando
sustento, caza o trasladando sus rebaños. Clanes de cazadores o de pastores o
ambas cosas. Era duro vivir en la prehistoria, pero la creación y la
contemplación también tenían un hueco. Ellos levantaron aquellas piedras para convertir
todas estas montañas, sus torrentes y bosques en un gran santuario de la
naturaleza.
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Nacara, Argynnis paphia. Revoloteando ahora como hacía también 5.000 años atrás. |
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