En los senderos, de Robert Moor
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En una pista el libro de Moor, junto a lirios de invierno (Juno planifolia),
en la Subbética cordobesa.
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Sobre la marcha pienso en el
camino físico por el que discurro. Curioso: discurrir como caminar y como
pensar y como paso del tiempo. Esto hago en los caminos.
Los caminos, senderos, pistas,
carriles y otras vías más o menos rústicas y pedregosas y también las
asfaltadas, permiten liberar la mente para “dedicarse a actividades más
contemplativas”. “Un camino es una manera de dar sentido al mundo”, así lo
escribe Robert Moor, en su libro 'En los senderos', editado por Capitán Swing,
con traducción de Francisco J. Ramos Mena. Los caminos son consciencia mientras
marcho por ellos.
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Senderistas en el lago de Catchet, Pirineo francés, el pasado agosto. |
En la primera parte del libro,
Moor nos habla de los caminos que construyen los animales, desde los elefantes,
a las hormigas, que con su insignificancia han creado un sistema inteligente
para trazar sus sendas, basado en la simpleza de los trazados, que cada individuo
va perfeccionando con su rastro de feromonas. Es la comunidad la que
perfecciona los caminos. “Un camino se forma cuando un grupo de individuos se
unen para alcanzar un fin común”. Y en esto coincidimos con las hormigas. Y
pienso que el fin común es vivir. Nos desplazamos por el sustento, incluso los
humanos paseamos y caminamos por el sustento, que además del alimento es
también sentirnos vivos. Para vivir, como todos.
Moor atraviesa el largo sendero
de los montes Apalaches, tarda cinco meses, un sendero de miles de kilómetros
que incluso se ha extendido hacia Europa terminando en Marruecos. Escribe de
senderistas peculiares, como el cheroqui Gilliam Jackson (los cheroquis no
practican el senderismo, aunque sí son los autores de sendas ancestrales). O
Nimblewill Nómada, su verdadero nombre M. J. Eberhart, a pesar de sus setenta
años sigue caminando por el arcén de las carreteras de Estados Unidos. Sí, ha
elegido las carreteras asfaltadas, por donde zumban a toda velocidad los
grandes camiones. Eberhart piensa que el “planeta es un lugar salvaje y lo será
siempre”. Es un fanático de las caminatas. Para que no le dieran problemas las
uñas de los pies se las extirpó, y así sigue caminando, ligero de equipaje:
“Uno puede ser mucho más feliz si no necesita mucho para ser feliz”.
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En el sendero hacia el pico de La Tiñosa, la cumbre de
la provincia de Córdoba.
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Las sendas, los caminos, nos
ofrecen la posibilidad de experimentar nuestra relación con la tierra. Es esta
segunda parte, donde reflexiona sobre estos caminantes y sus destinos, la que
más me ha atraído. Con el viejo Eberhart, Moor aborda la dimensión de la
naturaleza, y si el ser humano pertenece o no. Aquí habla del profesor William
Cronom, quien sostiene que esta separación “no solo nos separa de nuestro
propio planeta, sino también eclipsa nuestro origen como animales, como
conjunto de células, como seres vivos colaborativos e interrelacionados”. El
ser humano con todas sus transformaciones pertenece al planeta. Hay otro
concepto que es el 'no yo', esa conexión con “el mundo no humano de los
animales y las plantas, los paisajes, las estrellas y las estaciones”. Y
también la extensión irreductible del mundo. El ‘no yo’ es en cierta medida un
poco de inmortalidad, es pertenecer a la naturaleza, eso lo proporcionan los
senderos.
Puede que para muchos de nosotros
estas fiestas sean de excesos, del trabajo obligado, de comidas, encuentros,
consumo, incluso viajes, que entran ya, con la industrialización del turismo,
en algo vacío y rutinario, cada vez más falto de sensaciones y conocimientos.
Los caminos a las afueras de ciudades y pueblos, incluso dentro de estos, nos proponen
un paseo invernal, donde reconectar con nuestros pensamientos más creativos,
donde poder educarnos en la velocidad que proporciona el saludable caminar. Los
senderos nos deparan, si marchamos atentos, conocimiento.
Gran cantidad de kilómetros de
estos modestos trazados están desapareciendo de forma natural. Su función de
conectar lugares, normalmente sitios modestos que nos llevaban a fuentes y pozos,
al mejor paso de un torrente o a explotaciones ganaderas y agrícolas, así como
viviendas aisladas, se ha perdido una vez despoblada la zona. Y la falta de uso hace perder un camino que solo se
mantenía por el paso asiduo de aquellos que lo necesitaban. Esas viejas sendas
se van borrando por todos sitios. Solo volverán a abrirse al paso si vuelven a
ser útiles. Si la vida de los caminantes llega a esos lugares. Puede que a
cambio, otros se abran o amplíen en otros lugares, por aquellos que hayan
entendido la necesidad y el favor que nos prestan estas sencillas sendas.
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Pastos en los valles altos de Bielsa. La senda se dirige a la muga, la frontera
con Francia a través del Puerto de la Forqueta. Pirineo de Huesca, agosto 2017.
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