El ingenio de los pájaros, de Jennifer Ackerman

Allí donde paro en mis caminatas, en estas sierras que mezclan olivares y encinares, escucho frecuentemente el graznido del cuervo. Levanto la mirada del libro y observo la negra silueta de una pareja de cuervos, no es siempre la misma, no estoy siempre en el mismo lugar. Estos días en los que escucho el ulular de la abubilla y el gorjeo en altura de los escuadrones de los primeros abejarucos que llegan de África, mis lecturas profundizan en el 'El ingenio de los pájaros', de Jennifer Ackerman, editado por Ariel con traducción de Gemma Deza Guil.

Los cuervos suelen establecer parejas duraderas, algunas aves refuerzan su unión de pareja con bailes sincronizados. Según Ackerman para estas uniones de por vida las aves precisan de una cognición especial, unas facultades intelectuales altas. Suelo ver las parejas de cuervos durante todo el año, con su pesado y dominante vuelo, quiero creer que sus roncos graznidos refuerzan esos vínculos y su tono inapreciable para mí, las une y diferencia de otras parejas.

Aunque los primeros capítulos, bien parecen un compendio de estudios científicos, debidamente anotados en más de 60 páginas, los capítulos finales me han parecido extraordinarios, los dedicados a las aptitudes estéticas, las migraciones y dominio espacial o el dedicado al gorrión común. “Podemos pensar que la inteligencia es una ventaja universal, pero no siempre lo es”. Nos viene a decir la autora de 'El ingenio de los pájaros'. Construir herramientas como los arpones que fabrica el cuervo de Nueva Caledonia o los miles de lugares que memoriza la charla californiana, donde esconde comida, no las coloca por encima de otras aves de cerebro más discreto y que también perpetúan sus respectivas especies. En definitiva todas han llegado hasta aquí.

No terminar sin hacer referencia al gran Charles Darwin, para quien las aves cantan entre otros motivos, por el placer que les provoca (pág. 209). Agarro los prismáticos, mis pequeños Pentax 8x25 y observo un inteligente, bello y esquivo carbonero, perfectamente adaptado al olivar.




 

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