A Punta Suelsa


Monto el vivac a 2.340 metros, en la zona de los ibones de La Solana.

Al collado de Urdizeto hay nueve kilómetros y medio, tres horas cincuenta y un desnivel de mil cien metros, es que lo que indica al comienzo un panel informativo. Así afronto la ascensión desde la carretera que va a Francia por el túnel de Bielsa. Son las 10:20 de la mañana del 10 de agosto de 2017.
Pista de Urdizeto.


Por la pista, apta para todoterrenos, el bosque levanta los ánimos ante la larga, aunque cómoda subida. Buenos ejemplares de avellano, de unos ocho o nueve metros, de troncos vigorosos, abetos, hayas, también unos pinos royos secos: la enfermedad existe. Mientras un roble de apenas dos palmos y hojas entre verde claras a bronce, espera crecer, así va la vida a cada paso. El verde lo rodea todo, hay setas, creo Leccinum de verano, puede que del grupo scabra, y está el rumor del torrente del barranco de Urdizeto o de la Pardina, este es un tramo de la gran ruta pirenaica, la GR-11. Afortunadamente los que trazaron esta pista han respetado un gran abeto, a sus pies una roca plana invita a un pequeño descanso, aun queda trecho, y debo concentrarme en la caminata, quiero llegar para comer.

Es una mañana fresca, el sol sale a ratos, y conforme el camino se abre, los picos próximos aparecen cubiertos por las nubes. Cuando llego a la central eléctrica, el pago por tener un acceso cómodo, es la una de la tarde. Aun queda una hora hasta el lago represado de Urdizeto y apenas si he visto a alguien: un land rover y un montañero solitario que me ha adelantado hace rato, es cuando me cruzo con un par de excursionistas que ya bajan y que me animan ante la proximidad del collado.
Central eléctrica de Urdizeto, a más de 1.900 metros.


Los pinos están dispersos, estoy a unos dos mil metros y abro el paraguas ante las ráfagas de lluvia. Cuando llego al lago hace frío, y el panorama no me gusta, ante un paraje de alta montaña aparece un pequeño pantano, con construcciones y presas, el nivel del agua ha bajado y deja un aspecto de las orillas de tierra y rocas demacradas. Estoy cansado y desmotivado. Esperaba un lugar más hermoso. El persistente viento en esta parte de la divisoria de vertientes hace que me plantee descender y buscar un lugar más apacible. He venido hasta aquí por la lectura de bello libro ‘Los tesoros naturales del Pirineo aragonés’, de Eduardo Viñuales.
Scorzoneroides duboisii pastos húmedos.


Decido merodear por los pequeños ibones de la Solana, que están próximos, salgo de la pista y camino entre rocas de granito y pastos húmedos, bordeándolos y evitando las zonas más encharcadas. Es un lugar mucho más natural. Sigo descendiendo por esta zona, se ha perdido la vista de la pista y de la presa de Urdizeto. Aquí el viento no es tan molesto y encuentro un lugar resguardado y tranquilo, fuera de las agresivas construcciones empresariales. Descanso y me recreo con las vistas del Posets, de cómo las nieblas lo envuelven y lo muestran, las hierbas de algondón embellecen, a unos metros, las orillas de los lagunillos.
Llovizna, el verdor es profundo, las aguas calmadas se rizan levemente en las
Eriophorum angustifolium  con el Posets al fondo.
partes donde se levanta la brisa, si no, reproducen pequeños círculos por la lluvia. Todo está recogido por las nubes. En las rocas amarillean los líquenes y derrubios y franjas de tonos tinto y herrumbre suben por la ladera hasta que las nieblas las cubre. Entonces recuerdo el texto del gran naturalista de los Pirineos Eduardo Viñuales. Él escribe sobre la variedad geológica, sobre las areniscas del permotrías que se levantan ante mí con el peso de sus 250 millones de años de antigüedad, hechas cuando no estaban estas montañas ni en esta latitud. He decidido quedarme en estas soledades del tiempo, he encontrado el lugar justo a resguardo del viento y suficientemente seco donde plantar el vivac con una pequeña tienda. Me meto mientras escucho la lluvia contra la tela impermeable, me tapo con el saco y me duermo.
Ibones de La Solana y pico de las Tres Güegas 2.597m.


Cuando despierto son las siete de la tarde, las nubes perezosas están abriendo, han dejado un paisaje bruñido y un arcoíris abajo en el valle de Biadós. El ambiente está tan limpio que me parece que la cumbre de Punta Suelsa está ahí mismo y me entran ganas de seguir subiendo, pero sé que es casi una ilusión eufórica del momento. He pasado del desencanto a la felicidad con solo una siesta y unos rayos de sol. Prefiero dedicar lo que queda de tarde a pasear por los alrededores viendo y fotografiando la flora alpina recién regada. Todo un placer.

Pasadas las nueve de la mañana me pongo en marcha. Sé por dónde sortear la maciza repisa rocosa que hay antes de afrontar una canal que sube a la cresta. Canchales hasta arriba, intentando seguir algunos hitos de piedra que guíen el camino. Un lugar de alta montaña, con algunos neveros en la ladera que poco a poco va haciéndose más vertical, pero sin implicar grandes peligros. Me despisto de la senda en la parte final. Es cuando escucho un “chips”, como alguien escupiendo, no muy lejos un sarrio solitario me ha visto.
Punta Suelsa con el macizo del Cotiella al fondo.
Ya queda poco para la cresta cuando otro habitante de las alturas se muestra fugazmente, como un abanico rojo, negro y blanco abierto en mitad del aire. Es un treparriscos, la primera vez que veo este pájaro de los peñascos del Pirineo. Son las 10:20 horas y aparece abajo en la otra cara de la montaña, el azul profundo del ibón del Cau, instalado en su gran cubeta glaciar. Unos minutos más tarde también distingo uno de los ibones de Barleto. Hace años merodeé por esos lugares que quedan abajo. Ahora la cima está próxima y fácil, el panorama enorme, lleno de nombres y siluetas rocosas. Descanso en el vértice geodésico de Punta Suelsa a 2.971 metros de altitud, aun es más picuda la silueta de la cumbre hermana Punta Fuesa, de 2.858. Las montañas también se hacen enormes desde arriba. Una mariposa Erebia neoridas se posa a mis pies, ella pertenece a las ráfagas de viento.
Punta Fuesa de 2.558 metros de altitud.

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