Soledades

Macizo  de la Horconera, en mi querida Subbética, este mes de septiembre.

Cualquier propuesta filosófica moderada, plantea el buen camino. Es el camino del medio. No buscar los extremos. “Cultivar la amistad, dedicarse a la familia, trabajar bien, cuidar de quien lo necesita, implicarse en la comunidad, afrontar las pérdidas...”, es la sabiduría que nos propone Josep María Esquirol y muchos más filósofos y religiosos.
Pero tantas veces deseo ese mundo solitario, sin demasiados semejantes a la vista, ni obligaciones, ni moralidades. La roca mineral y yo, la roca de hielo y las cuchillas de mis pies. Las crestas indomables ahí afuera. Bajo un chaparrón me siento bien, la intemperie es mi refugio.
Glaciar del pico Aneto, el 13 de agosto de 2019.
No es mantenerme apartado del mundo, es buscar una esencia del mundo donde no hay nadie, nadie me espera. Eso está en la montaña. Soy yo el que le otorga esa belleza, y las dosis que me ofrece son de plena felicidad. Es una especie de intercambio. Salta el momento que los románticos definieron como sublime, entonces agarro mi pequeña cámara de fotos y capturo el panorama.
En esa foto de nuevo resurgen los sonidos del viento, del torrente o de mi propio jadeo. En definitiva, un silencio que solo se activa de forma individual. Cada uno debe buscar su cultura de la naturaleza. Yo en ella descargo el peso acumulado de la sociedad y de mi propia imagen. Es una limpieza animal de las reglas y de las sabidurías.
Intento hablar con las florecillas maltrechas por el viento. Con los peñascos desordenados en la pendiente. Con los flecos de las nieblas silenciosas. ¿Qué respuesta obtengo? No creo que busque respuestas. Realmente no hago preguntas. No inquiero a la montaña por qué está allí. Ella calma una sed que no es de preguntas. Vuelvo a repetirlo, es una especie de limpieza social. Es volver apto para los deberes.
El 13 de agosto, durante la subida al pico Aneto.



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