Menga o el don del vacío

Boca de la cámara del dolmen de Menga que se proyecta sobre la montaña sagrada (Peña de los Enamorados).

No es ocupar un vacío, es poseerlo. Lo pude comprobar en el dolmen de Menga. En el interior de su cámara, compruebas el vacío interior del túmulo. Un vacío guardado y poseído por ciclópeas piedras desde hace 6.000 años. Sus arquitectos ya supieron poseer, poseer el vacío para utilizarlo de una forma única, porque se proyecta al exterior, hacia la montaña sagrada.

Por tanto es un vacío creador. Un vacío continente, que abraza la montaña de la mujer que mira al universo. ¿O está muerta esa mujer? O como nos enseña María Zambrano sobre cierta muerte, la “que se reintegra, se esfuma para no alterar el orden de las cosas, el rostro inmutable de la naturaleza”. En ese devenir universal, ahí está el dolmen más grande de esa historia que fue la prehistoria, para enseñarnos a descubrir la complejidad del ser humano. Esta cámara, el pozo, ambos de 19,5 metros, nos explica la guía. No nos mete dentro, todo en Menga nos proyecta a un confín, a un afuera.

Es un orgullo saber que las instituciones públicas facilitan el acceso, permiten entrar y pensar y fotografiar estos enigmas, desde lo profundo de estas piedras de arenisca.




 

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