Pico Abrevia


 Parece que ha habido que esperar a las cuatro de la tarde. Ahora quedan cinco kilómetros de camino. Es cuando he terminado el lapiaz por el que he caminado un buen rato, después de perder la senda hacia el pico Abrevia. A esta hora se ha echado el aire y el sol dulcifica este día frío y algo ventoso de invierno. De la vegetación brota una melancolía, que está en las primeras flores de los almendros y en el pasto poco crecido. A la vuelta del pico hacia Zuheros, es cuando he encontrado una era rectangular, flanqueada por añejos almendros. Sobre una estaca de hierro se posa una preciosa tarabilla indiferente al caminante que cocina. He comido caliente, he traído en la mochila el infiernillo y un libro que habla de los años veinte del siglo pasado y parecen estos.

Un libro cálido, de sexo abierto como una flor. De flores ardientes en los bosques y en los caminos. “Era un día hermoso. Los primeros dientes de león se abrían como soles, y las primeras margaritas eran muy blancas. La arboleda de avellanos formaba una labor de encaje con las hojas semiabiertas y la espiga perpendicular de los amentos...”.“Esta mañana de primavera sintió también un estremecimiento en sus entrañas, como si el sol se las hubiese rozado y las hubiese hecho felices”. 'El amante de Lady Chatterley', de D. H. Lawrence, en la traducción para Alianza de Francisco Torres Oliver. “El aire era manso y suave, como si el mundo agonizase lentamente”. En este día de cabras montesas y ovejas por las sierras de Zuheros.









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