“¿Es que Sierra Nevada constituye un centro de diversidad genética, esto es, de origen de especies nuevas, o es en cambio, un lugar donde se conservan plantas ya extinguidas en otros lugares?”, se pregunta el botánico andaluz Gabriel Blanca López.

La gran altura del macizo hace de estas montañas un paraíso para el amante de la flora alpina. Condiciones alpinas y de tundra que se dan muy al norte, a muchos kilómetros. Solo un par de datos: Austria y sus Alpes, que superan los 3.700 metros, o Polonia, más al norte y sus altos Tatras, no llegan a los 30 endemismos. Sierra Nevada dobla esa cantidad con 66 especies.

Caminar por los senderos pedregosos o las alfombras de los borreguiles debe ser una tarea delicada para las botas del montañero. Ahí, a ras de suelo, diminutos diamantes efímeros estallan en colores durante el verano nevadense, muchas exclusivas de aquí y otras, rarezas propias de la altas montañas ibéricas. El precioso libro de Gabriel Blanca: 'Joyas botánicas de Sierra Nevada' con los dibujos de Constance Goddard me ayuda a identificar estas flores, un recuerdo de épocas mucho más frías.










 

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