CANTOS XII Y XIII


 Como es Zeus el que amontona las nubes, los Cantos XII y XIII los he leído bajo su manto borrascoso. Sigo las aventuras de Odiseo, lo hago a la intemperie y llego a cantos fundamentales. Hace frío estos días sobre estos montes que poco a poco despiertan a la primavera. Leer a Homero me despierta el hambre, los hombres de Odiseo no cumplen la prohibición de comerse las vacas del Sol, así que esa es su última opípara comida. El héroe ha sobrevivido al canto de las sirenas atado al mástil de la embarcación, como le recomendó la poderosa Circe.

Bajo las nubes de la borrasca amontonada por Zeus, leo por fin la llegada de Odiseo a su patria tierra de Ítaca. Este barranco cavado por el arroyo de Las Tijeras es un camino de inmortales olivos, como el olivo que lo recibe en su patria, un olivo que marca la gruta de las ninfas Náyades. Ha dormido profundamente durante la travesía, y así es depositado en las playas de Ìtaca, donde su protectora diosa Atenea lo disfraza de viejo mendigo. Alcínoo, rey de los feacios, lo despidió con un banquete donde asó carne de buey, yo me caliento una lata de fabada en mitad de estos tajos. Los héroes comen mejor.


Lámina de mi libro: Ulises y las sirenas, un cuadro de 1909 de Herbert James Draper.




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