Confinamientos

El 18 de enero, desde el abrigo de la Gallinera, con vistas al macizo de la Horconera.

Aunque solo nos llegan
los bordes de tu gaélico
querido Gillebride Macmillan,
tengo que decirte
que 'Baile nam bàrd'
suena por doquier.
Escondidos entre el brillo
de gitanillas y geranios
los altavoces del vecindario
machacan con tu canción.
Qué alivio,
cuando después de los aplausos
y las sirenas de las ocho,
todo el mundo se retira
del espacio común.

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Y dirán las perdices
y dirán los conejos
y las golondrinas viajeras.

Qué campo tan nuestro,
nuestras las huras y nidos
las hierbas también nuestras.

Lo comentan entre todos,
esta es su verdad
aunque admiten la sorpresa.

Los ha replegado la enfermedad,
tienen miedo a la muerte
ellos en sus cochinas madrigueras.

No aprenderán de esta.
Están perdidos sin entender
qué alienta la tierra.

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Están prohibidas las visitas,
es una medida bíblica,
pero por las tardes
viene la señorita lola,
busca nuestras caricias.
Luego patrulla el zeta,
pero ella solo le ha dejado
una meadilla en la esquina.


En octubre con Alicia desde el castillo de Zambra.

Y la gente
tuvo que quedarse en casa
por orden gubernativa.

Y los desagües de aguas negras
vinieron tan cargados
como siempre.

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Mi confinamiento tiene cuatro paredes:
Hermann Hesse y sus cuentos,
a mi derecha Marimar y mis hijos,
a mi izquierda cerveza corriente
y a este lado el rotulador con el que escribo.


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