La luz de las nubes

Situamos en el centro la luz y también la lluvia derramada como una celebración. He salido después del chaparrón, las ruedas de la bicicleta abren las aguas de la vía verde de la Subbética con el ruido de una pequeña quilla. Hace 30 años que no me encontraba con Henry Miller. Carnal, sensitivo, whitmaniano.

Fue el caminante por París, por Nueva York el que leí hace mucho tiempo y ahora vuelvo a él en su andadura por Grecia. Leo 'El coloso de Marusi' que es como apela a su compañero de viaje, el escritor Katsimbalis, en su año de estancia griega justo al comienzo de la Segunda Guerra Mundial.

Miller viaja a Corfú, invitado por su amigo Lawrence Durrell, visita Ática, el Peloponeso, Creta, pero no es un erudito, ni siquiera ha leído a Homero: “nunca he podido armarme de valor para leerlo”. Es un romántico, un precursor beatnik, dispuesto a embriagarse de vino espeso “que nos situó inmediatamente en el centro del Universo”. Y ahora para mí, estos olivares tormentosos son como él escribía de Grecia: “esa insaciable sed de belleza, pasión, amor”. Desmitifica y poetiza a lo largo del hermoso libro, editado por Edhasa y traducción de Carlos Manzano.

Y no estoy en Grecia pero me creo en esa Grecia que celebra la luz, lugar de donde “esa ardiente anarquía llegaban las lúcidas y curativas elucubraciones metafísicas que incluso hoy cautivan al mundo”.









 

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