El paisaje de hoy


Escucho el viento por los crestones del Jardín del Moro. Comienzo la caminata desde el cortijo de Vichira, por la tranquilidad del sendero GR-7 y el collado que une la Sierra de Rute y la Horconera. Los gritos histéricos del tordo anuncian la presencia de una amenaza, de un indeseable, yo. Hoy hablan las peñas: somos el abismo.
Dejo la senda y subo la ladera entre arbustos batidos por el viento. Encuentro lentiscos (Pistacia lentiscos) y labiérnagos ( Phillyrea latifolia) de porte arbóreo y unas pocas flores. Valientes ante el invierno, alimentadas por sus bulbos, florecen la Merendera androcymbioides, Crocus nevadensis y una de las más bellas de cuantas crecen en estas sierras, el lirio (Iris planifolia).
Desde el collado, frente a mí, Sierra Nevada destaca por sus blancas cumbres, la sierra de Loja y en una esquinita, La Maroma; y en medio, la simetría del olivar. Están en flor el romero y la aulaga, que casi siempre están en flor, también el almendro. Estoy sentado en un mirador de caliza, horadada y fisurada por el agua. Huecos que son refugio de tomillos y algunos helechos como Cheilanthes acrostica.







Febrero es hoy inclemente. El viento ha barrido las nubes, el cielo se ha hecho plano y la nariz me gotea. Al rato llega un nuevo batallón de nubes, a igual distancia unas de otras, como un ejército disciplinado. Sus sombras embellecen el panorama, le quitan monotonía. Delante de mí debe estar la ciudad de Granada, y Loja y Algarinejo, pero no se ven. El ondulado paisaje las ha engullido. Apenas veo unos pocos puntos blancos de cortijos, cuatro, cinco como mucho. Nada, ni carreteras, un amplio territorio sin nada, solo el relieve original. Y arriba cabalgan las nubes. Escribo en esta piedra, fotografío, por un impulso. No quiero ser trascendental, ni frívolo. Todo está ahí delante, majestuoso e indiferente.

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