La parábola de las collejas
Llueve. Camino
solitario. Niebla un poco más arriba. Trino invisible, pero cercano. Me detengo
y escucho con atención. Vuelos imprevistos. Las gotas golpean la tela tensa del
paraguas. Los almendros han terminados la floración. Brotes de las nuevas
hojas. Renuevos. Amarillo de la aulaga, un pequeño sol bajo las nubes.
Frutos de la
zarzaparrilla, el triunfo de una planta austera. El lujo de un bejuco discreto.
Cortijo en ruinas, bellísimo hoy. Con el abrazo de las zarzas, la hiedra y como
vecino un quejigo. Podría tumbarme en el camino, a empaparme de la fina lluvia.
No hay nadie, no hay faena en el campo. La modesta belleza de este día me
quiere llevar a lo absoluto. Un manchón de collejas me devuelve a la sabrosa
realidad. Las gotitas emborronan lo escrito. Primavera.
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