Agua de mayo




Llueve y me descansa su sonido. La luz del día nublado también me descansa. Tengo que decir que ha sido un fin de semana agotador, pero no voy a explicar por qué. Y ahora agradezco esta sucia caravana a la que he venido esta mañana a adormilar un poco. Los negros nubarrones, tan denostados, me proporcionan alegría y tranquilidad. Tengo ante mí, un horizonte muy amplio que desaparece con los chubascos y luego, en la lejanía aparece el amarillo de los jaramagos, que se han comido un joven olivar. No sé si es melancolía, o saber que con mañanas así, por aquí no hay nadie.
Lo digo de nuevo, me encanta el sonido de las gotas cuando chocan contra el techo de la caravana, y
que un tejado no me proporcionaría. Esta vieja caravana perteneció a unos feriantes, y está muy reforzada en cosas como las ventanas, todas con rejas o las puertas, llenas de pestillos. Es lo que tienen las ferias.
El fin de semana me he sentido un poco feriante.
Esta caravana en mitad del campo, como abandonada, para que el tiempo la desvencije, me parece bella y tranquila. Una litera, una mesa bajo un techo. Un refugio rodeado de pequeños almendros, manzanos, tomillos. La belleza de todas las plantas creciendo.
He dado una cabezada con este chaparrón, y ahora lo cuento.
Cuántas veces habré escrito sobre la lluvia, en esta escritura pastoril con la cámara al hombro. Estoy atento al agua de mayo que cae. Creo que he hecho bien en venir un rato a sestear y escuchar, lo digo de nuevo.


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