'Pirineos, tristes montes', de Severino Pallaruelo

La obra de Severino Pallaruelo: Pirineos, tristas montes, en el reloj de sol en la sierra de Aras.
En la Sierra de Aras, en su cima, y tan monumental como su santuario, se encuentra el gran pino piñonero que siempre ha estado ahí. Siempre lo recuerdo enorme, proporcionado, con su copa globosa, sus robustas ramas, sus grandes piñas, su sombra profunda. También se oye el sonido del viento al pasar por sus agujas. Uno parece encontrarse en un lugar más alto de lo que está, más elevado y solmene que el santuario, que su espadaña, que su veleta. Todavía más arriba.
Mirador de Puértolas, con Peña Montañesa y la tormenta, este 12 de agosto.


Acabo de terminar 'Pirineos, tristes montes', de Severino Pallaruelo, editado por Xordica, y este frescor de aquí, en pleno julio, hace que me transporte, liviano, hasta esos montes, esas montañas escabrosas, como gusta describir al autor los parajes donde por la vida se lucha.

Realmente cuando uno escribe del pasado, de los años cincuenta a setenta, o sea, de hace ya medio siglo y aun más atrás, hasta llegar al 36, no brota bella melancolía, surge, sin arañar mucho en la memoria, tristeza.

La maestrita infortunada, el difunto que hay que sacar en su enorme ataúd por un escabroso congosto. Vida dura también para los animales como el gato palomo, gran entendedor de tejados y de sus caídas. Alguna luz de ironía también recorre estas páginas ásperas como la roca, como la historia del tión que busca casarse, y al final le faltan cinco minutos. Las jóvenes que marchan a Barcelona, las que se encargan de acarrear agua. “Si toz os diyas tienen que puyar l'augua d'o río en una burra”. Son parte de los 28 relatos que componen el volumen.
La Ronda de Boltaña en las fiestas de Puyarruego, el 12 de agosto.


Y la parte final, muy testimonial, llena de la rabia que dejó en estos profundos valles la Guerra Civil, la huida a Francia, la Bolsa de Bielsa. ”Caminamos entre charcos helados y pisamos nieve muy sucia por el estiércol”. Así de triste es este necesario libro, porque hay que escribir el territorio para fijarlo, para conocerlo.

Hace pocos días, durante las vacaciones en los Pirineos, he podido saludar al autor. Ha sido una gran coincidencia y un honor. Ocurrió en su natal Puyarruego, durante sus fiestas, mientras acompañábamos a La Ronda de Boltaña. Bailamos y bebimos en el hermoso y pequeño pueblo, rodeados de montes, del río Bellos y de Peña Montañesa, y a lo lejos ya sonaban los truenos de la tormenta de la tarde.
Abajo en el puente sobre el Bellos, este domingo 12 de agosto. Arriba Puyarruego, Pirineo de Huesca.



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