En Morana

Zona encharcada cerca de las ruinas de Morana.

'En cada una de estas piedras es posible que habite un alma perfecta'. Knut Hamsun

Paseo por el yacimiento arqueológico de Morana. Tiene el placer de lo abandonado y derruido por el paso de los siglos. No aparecen esos horrendos tejados que en otros lugares quieren preservar lo muy antiguo. Que por otra parte, es bello por antiguo, por cómo la naturaleza lo va envolviendo y tapando. Esto ocurre en Morana, en sus restos de murallas íberas, en las cisternas romanas hechas de mampostería, en enigmáticos sillares repartidos por el terreno. Puede que una excavación ordenada dé con hallazgos de antiguas culturas, de hace 2.500 años, pero prefiero la libertad de esta loma entre bosquetes de acebuches y de un alma, la de estas piedras, entregadas solo al paso del tiempo.


Recojo por el camino un trozo de gabro. Es una roca dura, gris verdosa, que surgió del magma. Estos terrenos son difíciles, cargados de yeso y sal, de aquello que fue un fondo marino de escasa profundidad. En el paseo de esta fría mañana encuentro el suelo tapizado de interesantes líquenes, con amplias coberturas. Se han revitalizado con las lluvias. Solo alcanzo a distinguir un género: Fulgensia, con sus pequeños apotecios de color anaranjado. Compiten con los botones amarillos del Ranunculus bullatus. Todo el camino podría ser más hermoso, con los azulones sobrevolándome, si no estuviera infestado de basura, de cartuchos de caza, cristales y latas. Pero todo no se puede pedir en estas circunstancias.


Ruinas de Morana este 5 de diciembre.




 

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