El Mulhacén de las alondras

Vivac en las laderas del Mulhacén, a 2.700 metros de altitud.

A las 21:20 el sol se puso justo detrás del pico Veleta (3.396 m.), ya bajábamos del Mulhacén (3.479 m.). Hicimos la subida desde Capileira, por la Hoya del Portillo, en una subida de cinco horas y media. En las caminatas largas uno también se camina por dentro. Fue ponerse el sol y avivarse el frío de las cumbres. Al poco llegamos donde dejamos las mochilas y montamos nuestras pequeñas tiendas para pasar la noche, a unos 2.800 metros. El sol volvió a calentarnos a las siete de la mañana. Otro día hablaré de las alondras musicales y de las flores únicas del último fin de semana de junio.

Cumbre del Mulhacén el 25 de junio de 2021.

La tundra granadina, ese espacio que presenta Sierra Nevada en sus partes más elevadas, acoge un grupo de aves especialistas de esos grandes territorios rocosos y de ralo matorral. Pasear por ellos es encontrarse con las collalbas grises (Oenanthe oenanthe), que se mantienen a distancia prudente del observador de aves, colocándose siempre encima de las rocas que salpican estas laderas por encima de los 2.400 metros. Subimos al Mulhacén por la parte alpujarreña.

Nunca había escuchado la “cascada sonora que cae del cielo” del canto en vuelo de las alondras (Alauda arvensis), aves de plumaje discreto cuyo canto se extiende más allá de la caída del sol y ya comienza cuando aún no ha despuntado, fue nuestro despertador esa mañana. El libro 'Las aves de Europa de John Gould', con textos de Francis Roux me recuerda este verso de René Char sobre estos pájaros: “Extrema brasa del cielo y primer ardor del día”. Sin duda, esta excursión a la montaña a finales del pasado junio fue las de las alondras.








 

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