'La clase de griego', de Han Kang
No es el sabio Platón quien los salva. El mundo se derrumba en Seul, la oscuridad acecha al profesor y el silencio a su alumna. Les une el griego antiguo, las palabras escritas con tiza en la pizarra, en el cuaderno de ella. “Que se sentó a la mesa y abrió el cuaderno de griego, que escribió oraciones en esa lengua muerta con el ánimo de quien busca a tientas un camino debajo del hielo”.
Platón no los salva, pero queda muy cerca, es la escritura, la palabra, la comunicación íntima y sencilla, de estos personajes a los que no les gusta “acaparar espacio” y sus pequeños momentos de vida contados de forma poética. Les salva la palabra, aunque sea escrita sobre la palma de la mano de un ciego. Se puede vivir con tristeza, nos cuenta Han Kang, pero también nos dice que no se puede vivir sin esperanza.
Salgo al campo a leer las últimas páginas. Ya puntean las primeras flores de los almendros, el invierno acaba de empezar, las noches largas y espero que frías. En el clima mediterráneo, las abejas también trabajan estos días azules libando el néctar de los almendros y de las flores de los vigorosos romeros. Algún saltamontes aparece, sabe que el cernícalo campea por estas lomas de la sierra de Los Pollos, donde buscan tímidas térmicas los buitres. Pasa una mariposa almirante roja. Los insectos estos días radiantes temen las frías noches y lanzan plegarias al sol, como hizo Sócrates en El Banquete, de Platón.
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