Júpiter estos días de enero


Es mirando hacia arriba una noche clara, cuando encuentro una naturaleza pura, estampada de estrellas. Tan lejanas de la mano del hombre, que quizás por eso brillen. Porque al frente, aquí abajo, todo esta mancillado por carreteras, extensos cultivos, cuando no por las ciudades y sus luces que incluso contaminan la visión del cosmos. El trastero de mi casa mira a las afueras del pueblo, hacia el oeste y su ventana coincide estos días con la trayectoria de Júpiter.
Así que estas noches miro su potente luz en el firmamento de mi ventana, donde coloco un pequeño telescopio de 33 aumentos, suficiente para contemplar el pequeño disco brillante del mayor planeta del sistema solar, y sus cuatro principales lunas. Con el paso de los días estas lunas cambian de posición, pero no me atrevo a señalar cuáles son; aunque se puedan mostrar evidentes, desde la más cercana al planeta, Ío, seguida de Europa, Ganímedes, y la más lejana Calisto.

Un punto luminoso en mitad de la noche, tan desmesurado que podría contener 1.300 Tierras. Júpiter es una inmensa bola gaseosa, donde su famosa mancha roja, es una horrible tormenta que lleva actuando siglos, y que ruge como 100.000 huracanes Katrina, aquel que devastó Nueva Orleáns. Hoy, 21 de enero, está nublado, afuera hace frío, cierro la puerta del trastero y me voy a la ducha.

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