La paciencia de los sapos
Primero un sapo
hundido, camuflado entre las hojas del fondo del estanque. Hojas podridas, con
solo los nervios, hojas grandes de higuera. Luego media docena de sapos
hundidos, listos para aparearse. Ahora escribiendo con las manos heladas, entre
el viento que arremete contra los arbustos bajos y apretados de aulagas,
torviscos y romeros.
Buitres jugando
con las rachas ventosas y huyendo los colirrojos tizones, que antes de
desaparecer, hacen una reverencia, bajando su pecho y elevando su nerviosa
cola, al vendaval que se avecina. Como pintadas al carboncillo, las nubes
oscuras pasan rápidas, sin rozar las crestas calizas de este sitio solitario.
Las nubes cada
vez más oscuras, y yo más optimista, después del queso y las naranjas. Así que
voy a esperar la lluvia, con la paciencia de los sapos. Pero me voy y no
llueve, aunque todo se ha curvado ante la fuerza del aire. La bajada de la
cascada del Jardín del Moro hace que tiemblen las piernas, agitado y borracho
de viento. Vuelvo a pasar por el estanque y los sapos esperan la noche y el
amor.
‘Conocí
las estrellas, las flores y los pájaros, los invernales lados grises de las
cañadas, y hablando con los montes, las marismas y los esteros, recordé solo a
medias las humanas palabras.’ John M. Synge
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