‘El camino al lago desierto’, de Franz Kain
Llega mayo de
1945, y el austriaco Ernst Kaltenbrunner, dirigente nazi, ante el fin de la
guerra, prefiere perderse en las alturas alpinas de su tierra. “Mientras
llegaba ese momento, capearía el temporal replegándose a lo hondo de las
Montañas Muertas, a los fríos lagos desiertos de los confines del mundo”. Es un
hecho histórico, y sobre él, Franz Kain, un escritor austriaco, de izquierdas y
marginado literariamente, construye un relato magnífico, de apenas 70 páginas.
‘El camino al lago desierto’, de Franz Kain, completado con un estudio y un
glosario, y editado por Periférica.
La montaña,
poderosa, por encima del hombre, impresiona a poetas, naturalistas, románticos,
montañeros, artistas. Pero todos estos, pueden ser practicantes de abyectas ideologías.
Aquí es donde Kain me ha fascinado con su densa literatura, con el simbolismo
que desprende su relato. Dibuja un montañero, Kaltenbrunner, que pertenece a
una asociación alpina, que contiene la supremacía aria y el antisemitismo en
sus estatutos, que mientras sube desprecia al cazador que lo guía, y sobre todo
a los dos paisanos que llevan la carga necesaria para pasar un par de semanas
en un refugio, junto al lago desierto, Wildensee o Ödensee, en las Montañas Muertas,
las Totes Gebirge.
Tras una dura
jornada, llegan al atardecer a la cabaña “sumergida ladinamente en la honda
nieve”. Los ayudantes llegan exhaustos, son unos ignorantes de la alta montaña.
Kaltenbrunner piensa en sus coartadas, como abogado que es, “mañana mismo
comenzaré a elaborar mi defensa, no vayan a cogerme desprevenido”, piensa el
nazi, que una vez incluso dio de beber a un excursionista judío, pero que
también ha participado en los nuevos métodos de ejecución en los campos de
concentración.
Mezquindades
que mezcla con sublimes descripciones botánicas. Como el pasaje sobre las
prímulas: “Primula aurícula, la áurea y de áurea resonancia, con su aroma
cargado”. O el dedicado a los árboles de las alturas: “El cembro, empero,
parece vivir del viento y el rocío, y no tiene por debajo nada más que la roca,
y por encima, el cielo tempestuoso”. La gran lección de la montaña, siempre
indiferente a nuestras miserias y escasas grandezas. Tan atractiva para los
fascismos y nacionalismos, que ven en las proezas alpinas el reflejo de sus
ideales. La montaña como símbolo para el ser humano, y la literatura de Franz
Kain para mostrarnos esas verdades.
En la carrera
por los 14 Ochomiles, junto a Edurne Pasabán, se encontraba la austriaca Gerlinde
Kaltenbrunner, que ha realizado una admirable carrera himalayista. En abril de
2012 la revista Nacional Geographic relata
en un artículo su ascensión al K2, el 23 de agosto de 2011. Seguramente habrá
muchos Kaltenbrunner en Austria que amen la montaña, son pasiones, y eso no
tiene nada que ver con otras cosas más importantes.
La introducción me ha gustado, seguramente te lo pediré para leerlo.
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