‘Entre cielo y tierra’, de Jón Kalman Stefánsson
Soy una persona hogareña, de casa
y de bosque. En ambos lugares me relajo cocinando, leyendo, escuchando. La casa
y el bosque es mi refugio de algo exterior. A cobijo de los árboles o de las
ventanas, son otras las obligaciones, más placenteras, alejadas de demasiada
gente, de demasiado trato, de la maquinaria multitudinaria del presente social.
Oler a resina, o a salsa de cebolla y no responder al teléfono en todas sus
variantes.
Durante varios días leer ‘Entre
cielo y tierra’, de Jón Kalman Stefánsson. Al joven del libro se le ha muerto
de frío su amigo Bárður, en el frío mar islandés. En vez de llevarse como sus
compañeros pescadores la chaqueta encerada, se lleva ‘El paraíso perdido’, de
Milton. Los poetas no calientan. Aunque hay capitanes de barcos que, a finales
del XIX, cuentan como posesiones un barco, 400 libros y una ceguera que le
impide leer, “pues la vida del hombre es una constante competición con la
oscuridad del mundo”.
Hay una cosa que adoro de Ángela Merkel y su marido Joachim Sauer.
Como todos los veranos, la pareja se desplaza hasta Bolzano, Tirol del sur,
zona montañosa al nordeste de Italia, habitual para los turistas alemanes, en
especial los que gustan del senderismo. En invierno practica esquí de fondo en
Engadin, Suiza.
Dejo ‘Entre cielo y tierra’ en la encimera, hoy pelo tomates
para salmorejo, es final de agosto y suena el bendito Bob Dylan: ‘Seré libre nº
10’ .
“Soy común y corriente/ soy como él y también como tú. / Soy
hermano e hijo como todo el mundo/ no soy distinto de nadie”.
El libro de Jón Kalman Stefánsson es un poético acercamiento
del apego del ser humano al paisaje. Las montañas marcan el límite de cuanto se
pueden alejar los pescadores en sus pequeños botes, en su “cáscara de nuez”.
Los picos nevados son la guía para volver del gélido mar, al que se espera
arrebatar bacalaos en las pequeñas barcas de remo de seis hombres. Pero Bárður cuando
abandonó la barraca de pescadores estuvo más pendiente del libro que de su
chaqueta impermeable, ahora está muy mojado y hace frío.
Vargas Llosa me espolea con sus artículos. Pasa unas semanas
en Marbella, donde practica el ayuno: “algo bueno debe tener el ayuno cuando su
práctica forma parte de la historia de todas las religiones occidentales y
orientales”. Derrito unos filetes de pescada mientras veo Montagne TV. Emiten
un viejo documental, de los 60, de una expedición a Islandia, donde va un
‘botaniste’ para estudiar en los campos de hielo y nieve las flores heroicas.
“En Islandia no hay nada que ver, solo montañas, cascadas,
terrenos agrestes cubiertos de hierbajos, y esa luz que puede atravesarte y
convertirte en poeta”. El joven, sin nombre en la novela, viaja por el interior
nevado para devolver el libro, cree morir dulcemente cuando le coge la noche.
Se dirige a Lugar, para encontrarse con Kolbeinn. “Autoridades, comerciantes,
quizás ellos dicten nuestras míseras vidas, pero las montañas y el mar reinan
sobre la vida, son el destino”. Kolbeinn atesora 400 libros, pero se los tienen
que leer, se ha quedado ciego. Kolbeinn bebe café en una taza que perteneció a
“William Woodrworth, que compuso muchos poemas para el mundo, algunos de los
cuales aun iluminan a esta humanidad angustiada y vanidosa”.
Antes de hacer un sofrito leo de W.W: “Hay una bendición en
esta brisa suave/ visitante que, mientras airea mis mejillas, / parece saber
casi la alegría que trae/ desde los verdes campos y el claro cielo azul”.
Me gusta mucho, lo que has escrito
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