'Walkscapes. El andar como práctica estética', de Francesco Careri

Águila real (Aquila chrysaetos) sobrevolando la cima del Jabalcuz.
El menhir fue la primera piedra “que surgió del caos” y con él, el ser humano creó el paisaje. Una reflexión que me sirve para pensar precisamente en el paisaje mientras lo subo, ladera arriba del Jabalcuz. Una idea potente que no logra sacarme precisamente hacia ese exterior de la montaña. No he encontrado ninguna piedra menhir en mi camino, pero sí las señales agroganaderas, que quizás, están emparentadas con esas simples piedras alargadas y puestas en pie: me he topado con cercas para el ganado.
Ejemplar de Walkscapes, andadas, en la Vía Verde.
Bueno, camino, y “en todas las épocas, el andar ha producido arquitectura y paisaje”. De esto escribe Francesco Careri en su 'Walkscapes. El andar como práctica estética', editado por GG, con traducción de Maurici Pla. Aunque pienso que del caos físico primero salieron las veredas, marcadas sobre el terreno por los animales, y también por nuestra especie. Puede que fueran difíciles de distinguir, pero hay unas que solo podían indicar a los humanos como sus creadores. Son esas que van directas a un acantilado o a la misma cima de una montaña.
En la mochila va el libro, muy interesante, bien editado, con imágenes, mapas primitivos, gráficos. Un volumen precioso y subrayado: “Durante milenios la superficie de la Tierra ha sido grabada, dibujada y construida por la arquitectura, mediante la superposición incesante de un sistema de signos culturales a un sistema de signos naturales originarios”. Ante mí, en este país de la subbética, todo son signos humanos que han acabado por superponerse a los naturales incluso hasta en la misma cima, a 1.614 metros.
Caminos, pistas, olivares ordenados, más arriba pastos ganaderos, incluso los ciervos con los que me cruzo pertenecen a un coto de caza. Todo ha sido reimpreso por el ser humano. Intento que mi caminata sea estética, hasta que casi en la cumbre una pareja de águilas reales aparecen muy cerca, confiadas se aproximan y casi me sobrevuelan, justo antes, las enormes aves hacen un quiebro dejando una silueta majestuosa contra el cielo. Acaban de dominar todo el espacio, apoderándose de toda la estética que una vez el mundo natural tuvo en estas alturas.
La tormenta se sitúa sobre el pico de La Pandera.
Hay un par de feas casetas con antenas y de vigilancia en todo lo alto. La cresta está recorrida por una randa de dos metros de altura. Hay restos de obra por todas partes. Un lugar que mejora solo por sus vistas, las montañas que nos rodean y un cuco que utiliza los postes de la alambrada como posadero. Una tormenta se aproxima, se cierne sobre Alcalá la Real y se acerca a la sierra de La Pandera. Me tomo un bocadillo rápido porque no es un lugar para quedarse.
He bajado como he subido, a vista, porque por esta parte de la montaña no hay senderos de acceso. Llego de nuevo a los pastos y de ahí a un camino y finalmente a los olivos. Han sido dos horas y media de bajada cuando escucho el primer trueno. Seguro que el paisaje en el ser humano se manifestó mucho antes que se levantara el primer menhir, fue justo cuando comenzó a nombrarlo: collado, río, garganta, águila... Para el escultor y fotógrafo Richard Long, “los espacios abiertos están desapareciendo cada vez más... Para mí estar en la naturaleza es una forma de religiosidad inmediata”, texto del libro Walkscapes, de Careri. Llego al coche, está lloviendo.

Casetas en el pico Jabalcuz, 1.614 m. 

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