'Los errantes', de Olga Tokarczuk


Bieguni, el título original de 'Los errantes', de Olga Tokarczuk, y hace mención a una creencia religiosa que considera que para no caer en el mal lo mejor es estar en movimiento. Y ese movimiento en la escritora polaca hace florecer 'Los errantes', un conjunto de relatos maravillosos, que recorren las propias experiencias de esta nómada de hoteles, casas de amigos, de ciudades europeas, museos. “A todas luces yo carecía de ese gen que hace que en cuanto se detiene uno en un lugar por un tiempo más o menos largo, enseguida eche raíces”.
Olga Tokarczuk es una observadora que lo anota todo, como una niña que ha perdido la noción del tiempo y juega sin descanso con una geografía particular: “soy aquello de lo que participo. Soy lo que contemplo”. En sus travesuras solo hay tres puntos de referencia. “Una regla escolar con escala simplificada de apenas tres puntos: fue, es y será”.
El volumen está salpicado de antiguos mapas. Pienso en esos planos por los que nos movemos, de nuestras viviendas, los campos, las ciudades. Y también nuestro propio cuerpo es un plano de ríos y afluentes, una geografía a la que dedica unos cuantos relatos sobre los intentos de conservar tejidos y órganos. Y ahí entran también las cartas de Joséphine Soliman al emperador, para que deje de exponerse en el gabinete de curiosidades el cuerpo disecado de su padre. Hay ingenuidad, humanismo, feminismo y compasión.
'Los errantes', editorial Anagrama con traducción de Agata Oreszek, es la pura imaginación de Tokarczuk. Su cuerpo obedece una mente desbordante y peregrina de calles, aeropuertos y fugaces estancias. Bienvenidas las viajeras como Tokarczuk, que declaren desde el prestigio de su literatura que las mujeres tienen mayor capacidad “de abarcar el mundo, de trillar caminos, de mullir días y noches, de crear rituales tranquilizadores”. Todo es viaje. Todo es movimiento. Todo es peregrinaje. Todo es errante. Y ante nosotros la infinita geografía y un libro como este en la mochila.


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