Notas del año pasado contra la ola de calor de ahora


Reserva de Urdaibai, en la costa de Vizcaya, agosto de 1019.

-Seguir el viaje hasta la franja verde del Cantábrico. Un mar que ya hoy nos acoge. Estamos en el camping o Kampin Arketa, en la misma reserva de Urdaibai, un nombre bello y sonoro.

-Y ahora en la fina arena de esta lengua de playa que marca la entrada de la ría. La playa de Laida, una de las favoritas de la escritora vasca María Belmonte. Enfrente está el islote de Ízaro.

-Leo sobre mitología vasca en el espectacular chiringuito de la playa de Laida, taberna Atxarre, es algo raro. No hay mito ya en lo moderno. O todo se ha mezclado y el mito moderno es la buena música que suena.

-Gernika-Lumo. Ciudad simbólica. Ciudad política. Árbol de juntas. Viejo tronco de roble bajo un templete. Casa de Juntas. Mito.

-La exuberancia de Euskadi. El verdor cubre las afueras de naves industriales deshechas o la fealdad de los polígonos industriales activos. El tren de cercanías es una sucesión de vertederos, de materiales apilados y olvidados, de basuras que poco a poco la vegetación va cubriendo. Lo mejor del País Vasco es su verdor que apacigua un paisaje de trasiego humano permanente.

Puerto de Bermeo el 4 de agosto de 2019.

-Nos recuerda Sylvain Tesson las palabras de Lawrence Durrel, para quien “somo los hijos de nuestro paisaje”. Y es ese “genio de cada lugar el que alimenta a los hombres que lo pueblan”.

-El mismo hombre ha habitado este paisaje durante miles de años. Hace 12.000 años el mar no entraba en Urdaibai, la línea de costa estaba más alejada. Desde este promontorio de la cueva prehistórica de Santimamiñe los cazadores atalayaban. La brisa marina cargada de oxigeno y sal me salvan la tarde.

Gaviotas patiamarilla y reidora en la playa de Laida.



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