Hoya de Charilla

Verlos por primera vez incrementa la belleza de los paisajes. No es solo su impacto en la retina, el paisaje se fija en todo el cuerpo. Así que desde Castillo de Locubín (650 m. puente sobre el río San Juan) al portillo de Alhucema (1.162 m.) y más allá, porque luego viene el alto de Charilla (1.275 m.) el recorrido de subida que hice en bicicleta fue nuevo para mí. Primero atravesando cuatro vados, por una pista que al dejar el río continúa con dura subida. No le temo a las subidas, pues el tramo de carretera asfaltada hasta el portillo de Alhucema (buenos ejemplares de Lavandula latifolia) lo hice en su mayor parte empujando a la bici. Alfonso, el ventero del restaurante La Martina, de agradable conversación, me lo dijo: “esa parte la carretera tiene buenos reventones”.
Es un territorio poco transitado, fundamentalmente por los que tienen cortijos y cultivos en la zona, o subiendo más en la montaña, por la explotaciones ganaderas. Los olivares se mezclan con manchones de encinas y quejigos, también aparecen algunos cerezos aun en floración. Escucho los picapinos, incluso veo alguno, y arriba, en las calizas más altas los buitres. Llegando a la Hoya de Charilla hay una fuente con abrevadero al borde de la carretera, donde lleno el bote de agua, y solo un poco más adelante, en el restaurante La Martina, repongo fuerzas con un par de cervezas, un bocado de chorizo y panceta fresca.
Vuelvo con tranquilidad a Locubín por su puerto, calculo unos 28 o 30 kilómetros en total. Soy un ciclista sin prisas, incluso leo un rato durante el almuerzo. Ralph Waldo Emerson ya se preguntó: ¿No tienen las montañas, las olas y los cielos ningún significado aparte del que les damos?



 

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