'La montaña viva', de Nan Shepherd

El verano pasado llevé en la mochila a Nan Shepherd, aquí en
la pradera de Ordesa, con Monte Perdido al fondo.

 Porque Nan Shepherd al hablar de los Cairngorms habla de todas las montañas, de esas elevaciones de la tierra sobre las que la humanidad construye castillos, templos, hinca cruces e hitos o ata banderas de oración. Las montañas sobre las que apoyamos nuestras creencias. Bien sean religiosas, bien estéticas y filosóficas y materialistas, como hace en los últimos siglos el montañismo y el senderismo. 'La montaña viva' es un libro “extraordinariamente difícil de describir. ¿Un poema en prosa de carácter celebratorio? ¿Una búsqueda geopoética?”, se pregunta en el ensayo introductorio Robert Macfarlane.
Solo leí la introducción de Robert
Macfarlane, dejé el libro para otro
momento: ahora. Aquí en Bujaruelo.

Nan Shepherd es “una observadora de recovecos”, escribe ella en 'La montaña viva', editada por Errata Naturae, y traducción de Silvia Moreno Parrado. Sus capítulos dan idea de esa observación de cómo practica la montaña, habla de los animales, del agua, la nieve, el viento, las plantas “de ardiente color”. “Sentir el brezo bajo los pies tras una abstinencia prolongada es uno de los placeres más intensos que conozco”. También está la montaña y sus gentes. Shepherd habla de Maggie Gruer, del guardabosques Sandy Mackenzie o de su mujer Big Mary, cuya verdadera esencia “era la de la tierra y la tormenta”. Ella, “que hablaba con las gallinas, con el viejo caballo” y lo hacía en gaélico.

Anduve el verano pasado por los Pirineos con este libro en la mochila. “Y una flor cogida por el tallo entre los dedos de los pies es un pequeño encantamiento”, yo mismo lo he experimentado al tumbarme en la montaña para ver de cerca las diminutas flores alpinas. “Un derrubio, tierra y agua, musgo, hierba, flor y árbol, insecto, ave y bestia, viento, lluvia y nieve: la montaña total”. Solo conozco una cosa que se aproxime a ese mágico tiempo que pasamos en las cimas, esa vivencia tan completa que proporcionan las montañas. Solo una cosa puede saciar ese cúmulo de vivencias y son libros como este de Nan Shepherd.





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