Canto VII

Sierra de Alhucemas, 12 de noviembre.

 Son cerca de las tres de la tarde. Después del puerto del Cerezo y después de la pequeña tormenta, llego a este cortijo que tuvo mejores momentos. Sus ruinas ahora las encantan añosos chopos y la soledad de la montaña. Antes de comer, en un acto casi reverencial leo La Odisea, donde en su séptimo canto el divinal Odiseo se arrodilla ante Alcínoo y Arete para pedir ayuda para llegar a Ítaca. En un momento reconoce que para nada es un inmortal y que sus penas son las mismas que las de otros mortales. “Pero dejadme cenar”. La aventura requiere comida nos dice Odiseo, pues “no hay cosa tan importante como el vientre, que nos obliga a pensar en él”. Así que impelido por el héroe y sus hazañas, paro la lectura y abro la lata de fabada para calentarla. Después de comer sigo con el canto y veo que le preparan el lecho para dormir al lado de Arete, yo debería echar una siestecilla pero prefiero regresar, hay dos horas de camino de bajada y son las cuatro de la tarde.

Cortijo abandonado en las alturas de la aldea de Las Lagunillas.

Subida al Puerto del Cerezo, 12 de noviembre.


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