El Río, de Wade Davis


 “Al norte del Amazonas está el río Putumayo, con sus dos principales afluentes de la ribera norte, el Caraparaná y el Igaraparaná, lugar de las etnias huitoto y bora. Le sigue el río Caquetá, formado por varios afluentes importantes, entre ellos el Miritiparaná, hogar de los yucunas y de los tanimucas; el río Yarí, con su ramal inexplorado, el Mesaí, y el mal conocido Cahuinarí, tierra de varias poblaciones dispersas de boras y huitotos”… y así miles de kilómetros de ríos serpenteando por la selva amazónica, como las venas de la tierra, de Colombia, Venezuela, Perú, Brasil y Ecuador.
Es ‘El Río’, el libro de Wade Davis, una enciclopedia de etnobotánica del Amazonas y Los Andes. Un repaso de 639 páginas, editado por Pre-Textos, sobre la vida del botánico Richard Evans Schultes, profesor y director del Museo Botánico de Harvard. Wade Davis fue alumno suyo, y junto a Tim Plowman, a quien está dedicada la obra, siguieron los pasos de su maestro por la inmensidad verde.
Y es que “hasta los botánicos más avezados se siente humillados ante la pasmosa diversidad de la selva amazónica”. Con todo, Schultes ha sido uno de los grandes científicos que han explorado estas tierras. Durante doce años investiga las plantas alucinógenas, las medicinales. Herboriza, descubre hasta 300 especies nuevas para la ciencia, docenas de ellas llevan su nombre. Cuenta Davis, que “en la tarde de su primer día entre los bogotanos”, Schultes viajó sin rumbo, se subió a un tranvía, siguió a un grupo de niños que cuidaba una monja, junto a unas escaleras se abría el bosque, entre los helechos vio una diminuta orquídea, de no más de tres centímetros, la recogió con cuidado y la guardó entre las páginas de su pasaporte. Era una nueva especie para la ciencia, la Pachiphyllum schultesii.

Se relaciona con las tribus, aprende su conexión con la naturaleza, la Pachamama. Durante la Segunda Guerra Mundial trabaja en las posibilidades y las variedades del árbol del caucho, de sus especies. Un incansable explorador a pesar de las enfermedades, de las distancias y de la pequeñez del “botánico que trabaja en el Amazonas”, que “debe ser consciente de su propia ignorancia”.  El amazonas puede ser una maraña de vegetación, pero estas plantas ahora tenían nombres, que implicaban relaciones “que estaban preñadas de significados”.
   Por sus estudios, por las páginas de El Río, pasan los huicholes y el peyote que “era un atajo farmacológico para llegar a reinos místicos”. Los zapotecas, mixtecas, chinantecas,  y sus plantas mágicas. Schultes reconoció en una enredadera, la Turbina corymbosa, un tipo de dondiego utilizado para la adivinación. Era la ayahuasca o yagué o caapi, un bejuco del alma, la alucinójena más celebrada del Amazonas.
   Tim y Wade recorren las zonas montañosas, tierras de la coca. “Para las gentes de los Andes la tierra está viva, y cada rugosidad del paisaje, cada afloración y colina, cada montaña y todo río tienen un nombre y están imbuidos de significados rituales”. “La distancia en las montañas no se mide por kilómetros sino por mascadas de coca”.
Es la naturaleza exuberante que envuelve al hombre, que es también naturaleza y quiere saber. “Se podría decir que el chamanismo es uno de los empeños espirituales más antiguos, nacido en los albores de la conciencia humana. Para nuestros antepasados paleolíticos, la muerte fue el primer maestro, el primer dolor, el borde más allá del cual terminaba la vida tal como se conocía y empezaba el asombro”. Para llegar a esos “bordes del mundo” nos ayudan ciertas plantas, porque cuando “uno pronuncia los nombres de las plantas –dijo en cierto momento (Tim)-, pronuncia el nombre de los dioses”.
La luz del botánico José Cuatrecasas
Un libro tan portentoso como ‘El Río’ cuenta con cientos de referencias botánicas y de botánicos. Wade Davis, su autor, hace repaso de los científicos españoles. Cuenta como Schultes se puso a trabajar en 1951 en la traducción al inglés de los diarios andinos, del siglo XVIII, de Hipólito Ruiz y José Antonio Pavón. Unos manuscritos perdidos durante siglos y que aparecieron accidentalmente, tras un bombardeo en la Segunda Guerra Mundial del Museo Británico de Historia Natural.
Aunque no faltan en la obra pasajes sonrojantes, aún hoy, donde los españoles acaban con la vida de cientos de miles de personas, directamente o por culpa de las enfermedades. “Cabezas cortadas exhibidas en jaulas de hierro”, o eran “destripados por perros en un repulsivo espectáculo público”. En ciento cincuenta años, los conquistadores habían acabado con la vida de más de cincuenta millones de nativos.
Pero aparece la luz entre estas sombras de la historia. Es la de José Cuatrecasas, “un español que había huido de la España de Franco y que se había establecido en Colombia”. Un experto en flora al nivel de Schultes. Fuera de la botánica, Cuatrecasas tenía dos fijaciones: su odio a los curas y a gastar dinero. Un científico brillante, que murió en Estados Unidos en 1996 a los 93 años. En ‘El Río’ se cuenta que en trescientos años, tan solo cuatro naturalistas habían visto la mítica orquídea azul (Aganisia cyanea). Los primeros, en 1801 fueron Humboldt y Aimé Bonpland. Le siguió medio siglo después el inglés Spruce y José Cuatrecasas en 1939. El quinto sería Schultes en 1942.



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