El hechizo de las paredes

Buitre leonado entrando a las paredes de la Sierra de Rute.

“Está imperando el sol en su profundidad  celeste”, escribe Antonio Cabrera al inicio de su poema ‘Agosto’. Hoy, que es mediado marzo, también impera el sol con una grandeza que impone ya desde hace semanas, extrayendo “esa víscera oculta de la nitidez”.
Pareja de cernícalos, dueños de las paredes calcáreas.

Así que prefiero buscar la sombra y la humedad de la cara norte de la sierra de Rute, por donde paseo durante toda la mañana sin que el sol logre bajar hasta el fondo de sus paredes. Son mis sentidos los que despiertan en esta parte solitaria de la sierra. Con todos los cantos de los pájaros amantes de estos bosquetes verticales. Desde el zureo de la torcaz, el cacareo de los buitres, a los reclamos de los cernícalos. Y ajenos a todo los petirrojos, que exponen además de sus melodías, sus encendidos pechillos, que se mueven entre las ramas como ratoncillos ‘coloraos’.

Me hechizan estas paredes, que también lo hacen con una pareja de chovas y un buitre que ha entrado mostrando sus garras de dragón. Algunos pinos se han derrumbado en la ladera, vencidos por la pendiente rocosa y la tempestad.

Mientras, el petirrojo sigue cantando por motivos que no son los míos, aunque yo todo lo encuentro rebosante de significado. “Pero nosotros queremos ser los poetas de nuestras vidas, primeramente en lo más pequeño y cotidiano” (Nietzsche).
Chova piquirroja en los cielos de la sierra de Rute, este 16 de marzo.

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