Tesoros livianos

En la cima de La Camorrilla de 1.013 metros, este 21 de noviembre.

-Las mejores horas de lectura las he pasado en lo alto de una montaña.

Y hoy subiendo a La Camorrilla, de 1.013 metros el viento racheado trae gotas como presagios de los grandes nubarrones que se van apelmazando en estas montañas. Van mojando las hojas hasta que cierro el libro y lo protejo en la mochila.

-Los caminos nos conducen hacia afuera y hacia adelante. No hay que preguntar hacia dónde. Con el afuera y el adelante ya es suficiente.

Hoy por este camino del cortijo de La Ciruela, el camino mismo también habla de lo que fue, lo que fue la fuentecilla, los ventanucos abiertos, las lagaretas y las tejas caídas.

-Ante la devastación, dice Heidegger en una obra tardía, solo queda esperar. Como esperan estas higueras peladas de hojas a que llegue la primavera. Esperan ante la devastadora oscuridad y el frío.

Además de higueras, las hojas se les caen a los granados, a los chopos y huele a aceitunas vareadas. Todo subiendo a La Camorrilla.

-Mi relación con el mundo se intensifica en cuanto empuño el bolígrafo. Definitivamente el pensamiento tiene mucho que agradecer a la invención del papel.

Guardo la libreta junto a libro, al que le ha llovido en otra ocasión. El papel tan frágil a la lluvia un tesoro liviano a guardar.

 






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