Por el valle de los Fósiles
Cuando la tarde parecía de un
gris anodino, sin apenas contraste, ni brisa, de la muralla de los nubarrones
escaparon unos rayos de sol que por unos minutos la convirtieron en una
poderosa estampa, donde las espigas rosas de las formidables robertianas
(Himantoglossum robertianum) recobraron toda su seducción y misterio. Hasta los
cantos del mirlo parecieron tomar brío. Pero las nubes acabaron por engullirse
al sol y a la tarde y retumbó un trueno en el terciopelo de los olivares
alineados más abajo. ¡Hora de pedalear a casa!, dije.
Junto a las robertianas otras
hadas como la abejera oscura (Ophrys fusca) y la orquidilla (Anacamptis
collina) están ya en flor, pero no creáis que las raras orquídeas son las niñas
de mis ojos. Estos prados, dentro de poco áridos y resecos, son también
territorio de modestas hierbecillas. Me encanta encontrarme un periodo más con
los mantos que tejen las plantas del amor del hortelano (Galium verrucosum)
antes de que se desarrollen y crezcan, su estrategia es dar flores cuando aún
están desarrollándose y son muy diminutas.
Qué momento tan mágico e inspirador. Esa ráfaga de luz transformó una tarde gris y anodina en una poderosa estampa natural, donde las espigas rosas de las robertianas (Himantoglossum robertianum) brillaron con toda su seducción. Es maravilloso cómo un instante de sol puede revivir todo, hasta el canto del mirlo. Es una pena que el trueno te obligara a marchar, justo cuando la orquídeas más raras (como Ophrys fusca y Anacamptis collina) empezaban a aparecer. Sin embargo, es aún más gratificante tu aprecio por las modestas hierbecillas como el amor del hortelano (Galium verrucosum), mostrando que la belleza se encuentra incluso en las estrategias de las plantas más diminutas antes de que los prados se resequen.
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